La cieguecita de Viana y brujo de Bargota
por Arturo Esteve Comes.
El brujo de Bargota, en Tierra Estella (Navarra), equivale al hombre del saco, el coco, el sacamantecas o el Tío Saín de otras latitudes.
Algunos relatos costumbristas han incluido a la bruja Endregoto (la cieguecita de Viana) entre el grupo de personas relajadas en el auto de fe de Logroño de 1610. Agapito Martínez Alegría, canónigo de la Real Colegiata de Roncesvalles, en su obra El brujo de Bargota (1929), relaciona a Endregoto con un estrafalario personaje llamado Ioannes Mellado, párroco de la iglesia de Santa María en la localidad navarra de Bargota, próxima a las poblaciones de Viana y Torres del Río.
A Endregoto se la acusaba, entre otros muchos delitos, de haber asesinado y descuartizado al conde Aguilar. La cieguecita de Viana, agradecida por la generosidad y gentileza del aristócrata, que siempre tuvo para ella una limosna y una palabra amable, trató de dar satisfacción al mayor deseo de su benefactor: no envejecer más. El ceremonial nocturno, que contó con la presencia pasiva del brujo de Bargota, se desarrolló en las bodegas del castillo condal. Consistió en asesinar al caballero, arrancarle las entrañas, machacar los huesos descarnados, trocear finamente sus carnes y sus vísceras y mezclarlo todo en una gran redoma de vidrio con la pócima secreta que llevaban preparada. Mientras Endregoto removía la mixtura con un hueso de lobo, ella y sus acólitos recitaban los conjuros que debían hacer inmortal al noble señor. Pero la cosa no funcionó... Después de pasar la noche entera en frenética actividad, agotados, roncos y finalmente aterrados, con el despuntar del alba no tuvieron más remedio que aceptar la monstruosa realidad: el sortilegio no había tenido efecto. Los restos informes del desventurado conde permanecían hechos picadillo en la redoma, mezclados con la bahorrina del encantamiento. La bruja y los pelaires que la asistían dieron con sus huesos en la cárcel. Ella fue quemada viva, según indica Martínez Alegría en el auto de fe celebrado en Logroño en el año 1610. El brujo de Bargota se vio libre de cargos al no haber intervenido directamente en la ceremonia en la que estuvo de oyente y a punto de morir de puro espanto.
Puede que en el fondo, a su manera y de forma trágica, el ferviente deseo del utópico Aguilar de no envejecer más se viera cumplido. Quid pro quo (vaya lo uno por lo otro).
Aunque es posible que haya un trasfondo histórico en esta leyenda, lo cierto es que la vida de ambos personajes, bruja y brujo, se sitúa hacia finales del siglo XV, es decir, cien años antes de los sucesos de Zugarramurdi.
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