El Metge García

por Emilio García Reverter


   La casa de Els Quatre Cantons, en la calle de Valencia, la de la fachada de piedra, una de las dos que pertenecieron a los Condes de Pestagua, fue adquirida por mis abuelos maternos a principios del siglo pasado, en torno a 1910. Desde entonces vivieron en ella con sus cinco hijos, y a la misma trasladó su farmacia mi abuelo. Desde que en 1920 se casaron mis padres, y más aún desde que se jubiló y falleció mi abuelo farmacéutico, esa casa pasó a ser conocida, cada vez más, como la del metge García, mi padre.

   Me propuso D. Juan Micó Navarro escribir una biografía de mi padre, con objeto de que hubiera constancia de su labor sanitaria y asistencial en esa historia de Chert que, paso a paso, va elaborando, en su encomiable tarea de investigación de cuanto se relaciona con nuestro pueblo. Acepto tan sugerente propuesta para contribuir a mantener el recuerdo de este médico que dedicó casi toda su vida profesional a procurar la salud de los chertolinos y a atenderles en sus enfermedades. Lo haré con la mayor objetividad que pueda, aun sabiendo que esa deseable objetividad es inalcanzable plenamente cuando un hijo escribe acerca de su padre.

   D. José Tomás García Tirado, que así se llamaba mi padre, nació en Castellón de la Plana el día 14 de enero de 1894. En España era entonces Regente del reino Dª. María Cristina, en nombre de su hijo Alfonso XIII. Fue hijo de D. Ramón García Ortiz, oriundo de Benasal, que era practicante y fue el más constante colaborador del Dr. Clará, el mejor cirujano de la provincia de Castellón en aquella época. Nuestro abuelo llegó a ser muy conocido y querido en esa ciudad. Su madre fue Dª. María Tirado San Martín que, al igual que sus ascendientes paternos, también era de Castellón, en tanto que su madre era de Mirambel (Teruel). Él era el mayor de tres hermanos, le seguía María y el tercero era Emilio, que también fue médico y ejerció de radiólogo en Castellón.

   Al preguntarle a nuestro padre por qué en la firma escribía José T. García, nos explicó que la cuestión venía de su infancia, porque de niño le llamaban Tomás, su segundo nombre; pero que al iniciar los estudios tuvo que usar el primero, José. Así que esa T. era como un signo de fidelidad al que él consideró primeramente ser su nombre. Por ello en las recetas, membretes de cartas, sobres, etc., en los que no era necesario que figuraran los dos nombres completos, ponía José T. García Tirado.

   Cursó la primera enseñanza y el Bachillerato en su ciudad natal. La carrera de Medicina la estudió en la Facultad de Medicina de Valencia, con gran aprovechamiento, obteniendo la licenciatura de Medicina y Cirugía en junio de 1917, con la calificación de sobresaliente, a la edad de 23 años. Seguidamente realizó el curso de doctorado en la Facultad de Medicina de Madrid, único centro en el que se podía cursar el doctorado de Medicina en España en aquella época.

   Casi a continuación fue contratado por la Societat de Dalt de Chert, porque se habían quedado sin médico. Era el año 1918, el año de la tristemente famosa epidemia de gripe que tantas muertes ocasionó en España y en el mundo. Chert tenía entonces unos 2.300 habitantes, y dos agrupaciones político-culturales y recreativas a las que popularmente se llamaba la Societat de Dalt y la Societat de Baix, en relación con su ubicación en el pueblo, y de tendencia conservadora y liberal respectivamente.

   Poco después de incorporarse al pueblo fue nombrado por el Ayuntamiento médico titular de Chert, cargo que lleva implícita la Jefatura local de Sanidad; medicina preventiva, vacunaciones, colaboración con la Justicia como médico forense cuando se es requerido para ello, etc.

   Pronto se adaptó al pueblo y encajó perfectamente en él. Algún tiempo después, no sé exactamente en qué año, se produjo el fallecimiento de su compañero, el médico de la Societat de Baix, que era mucho mayor que él, y debido a ello se quedaron sin médico la mitad de los vecinos. Mi padre ofreció sus servicios a todos los vecinos; para el tamaño del pueblo era suficiente con un médico, tal como ocurría en Catí, La Jana, Canet lo Roig, etc.- Sin embargo eso de que cualquier vecino tuviera la iguala médica con "su" médico, sentó muy mal a lOS dirigentes de la Societat de Deit. ¿Cómo iban a permitir que los de la Societat de Baix tuvieran el mismo médico que ellos? De manera que decdieron traerse otro médico que lo fera exclusivamente de sus afiliados. El resultado fue que mi padre, que había sido traído inicialmente por la Societat de Dalt, quedó finalmente como médico de la Societat de Baix, y con el cargo de médico titular.

   A los dos años de su llegada al pueblo se casó con Leonor, mi madre, que era la hija menor del farmacéutico de Chert. D. Cirilo Reverter Reverter, natural de Alcanar, y de su esposa Dª. Vicenta Sanz Doménech, chertolina de todos los cuatro costados.

   Vivió el nuevo matrimonio en la casa a que me vengo refiriendo, en la cual nacimos y nos criamos los cinco hijos que tuvieron: María, José, Leonor, Emilio y Carmen, dichos por orden de edad. María (1921-2010) estudió Farmacia y ejerció en Valencia. José (1923-1988) estudió Medicina y se especializó en Odontología que ejerció en Puerto de Sagunto y en Burriana. Leonor (1924-1998) se casó con Jacinto Romeu, de Chert, donde vivieron y después se trasladaron a Castellón. Carmen (1928) se casó en Burriana, donde reside; era la que permanecía con nuestros padres cuando se trasladaron allí. Emilio (1925) también médico, se especializó en Psiquiatría, que ejerció en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

   Mi padre era de carácter simpático, formal, responsable y un gran observador, cualidades todas ellas muy propias de un buen médico. Todavía sigue vigente, sobre todo para la práctica clínica, aquel principio hipocrático que decía: "Medicina tota in observationibus", o sea, que toda la Medicina se basa en la observación. Su ética se centraba principalmente en el cumplimiento del deber, y que la mayor recompensa era la satisfacción del deber cumplido.

   Además de su sólida formación profesional era muy cumplidor, visitando a diario a los enfermos que tenían que guardar cama, e incluso dos veces al día a los que tenían fiebre o estaban más graves. Tenía especial habilidad en el tratamiento de las fracturas óseas, por lo que solamente tenía que remitir a los especialistas, con el trastorno de viajes que ello suponía, aquellas que por su gravedad lo requiriesen o las que necesitaban un tratamiento muy específico. Curaba muy bien las heridas, nunca se le infectaban, y hacía unas suturas tan perfectas como las de un moderno cirujano plástico. Alguna vez, antes de ir al pueblo, había proyectado ser cirujano y tenía sobrada destreza manual para ello. Igualmente resolvía los partos difíciles, excepto los que requerían cesárea.

   Tenía buenas relaciones de compañerismo con el otro médico de Chert, D. José Torres. Y era amigo de los médicos de Catí, Canet, La Jana y San Mateo. Los médicos del partido judicial de San Mateo solían elegirle como su delegado comarcal en el Colegio de Médicos de la provincia. Colaboró frecuentemente con el cirujano D. Germán Puente, en la clínica quirúrgica que este construyó en San Mateo; unas veces como anestesista y otras como primer ayudante del cirujano. Todo ello hasta que D. Germán, en los últimos años cuarenta, decidió trasladarse a Benicarló.

   La lectura fue su gran afición. Poseía la doble cualidad de lectura rápida y de gran retentiva. Además de la prensa, leía a diario libros o revistas de Medicina, gracias a lo cual actualizaba constantemente sus conocimientos y estaba al corriente de los últimos avances terapéuticos. Eran los años en que recién consolidada y aceptada por todos la Teoría Microbiana de las enfermedades infecciosas, diferenciadas las que tenían un origen vírico de las que eran producidas por bacterias, y descubiertas la mayoría de las bacterias causantes de las enfermedades infecciosas más frecuentes, sin embargo se desconocían todavía los tratamientos antibacterianos eficaces. A tal efecto el primer paso importante fue el descubrimiento de las sulfamidas (Domagk, 1935), y mucho mayor aún el descubrimiento del primer antibiótico, la penicilina, por Fleming, la generalización de su uso en los años cuarenta y la sucesiva aparición de nuevos antibióticos.

   En ocasiones leía también una buena revista mensual de agricultura, "El cultivador moderno", a la que estaba suscrito, así como el Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura. Su lectura de evasión la constituían la novela y el teatro. De los clásicos españoles conocía toda la obra de Cervantes, y los novelistas del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. Leyó también buena parte de la obra de los grandes novelistas rusos y franceses. De los comediógrafos y dramaturgos le gustaban sobre todo los españoles contemporáneos suyos, siendo D. Jacinto Benavente su preferido.

   A mi padre se debe el que no se perdieran "Els goigs de Sant Pere de la Barcella", en valenciano, algunas de cuyas estrofas son de indudable belleza. Él fue el primero en publicarlos en el Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura en el año 1924, añadiendo unos comentarios o notas acerca de la Ermita de San Marcos y algunos otros datos. De allí los transcribió, citando su origen, D. José Ribelles Comín para incluirlos en el Tomo III de su obra Bibliografía de la Lengua Valenciana. publicada en 1939. La ermita estuvo inicialmente dedicada a San Pedro y a San Marcos, cuyas imágenes figuraban en el altar; con el paso del tiempo la devoción al evangelista se mantivo mientras que desaparecía la del apóstol.

   Con frecuencia, sobre todo en las largas tardes del verano, iba a la finca el Molí d'Orient, tan próxima al pueblo, donde en colaboración con el Sr. Joaquín Royo, un sargento retirado por la Ley de Azaña, montaron una pequeña granja avícola; y donde introdujo algunas innovaciones agrícolas como el cultivo de la soja desconocida entonces en Chert, que se dio muy bien en secano, en dos bancales de esa finca.

   Fue promotor de la Sociedad de Socorros Mútuos "La Aurora" y, junto con el Sr. Jacinto Romeu. que con el tiempo sería suegro de mi hermana Leonor, y otros accionistas, instalaron un molino aceitero de moderna tecnología. Ambas entidades estaban situadas en el edificio de la Societat de Baix, en el lugar que ahora ocupa la iglesia Nueva.

   La Guerra Civil de 1936, que tan bajos sentimientos desató en las retaguardias de ambos bandos contendientes, dio lugar a que mi padre llegara a estar en serio peligro, más por envidias sin fundamento -duraban todavía los efectos de la crisis económica de 1929- que por motivos políticos o religiosos, que tampoco debieran haber sido nunca motivo de persecución. Es lo que ocurre cuando estalla la violencia: todo se radicaliza; el fanatismo, el odio y la envidia emergen de forma descontrolada y pasan a ocupar el lugar que siempre debieran tener la razón y el mutuo respeto.

   Su amigo, el Sr. Joaquín Royo, que estaba muy bien informado, le aconsejó que se ausentara inmediatamente del pueblo, cosa que hizo, porque le venía a confirmar los temores que él ya tenía por algunas situaciones vividas en los primeros días de la guerra. Se fue a Castellón, y por sugerencia de algunos compañeros amigos se presentó voluntario para prestar sus servicios médicos en el Hospital Militar siendo recibido de buen grado porque ya se veía que la guerra se iba a prolongar y necesitarían cada vez mán personal sanitario. De este mocdo conseguia, además, un sueldo para mantener a su famila.

   Así pues, durante la guerra civil vivimos separados. Nuestro padre en Castellón, con sus padres y hermana, trabajando en el Hospital, y nosotros en Chert. Pero además desde el día 13 de abril de 1938, en que las tropas nacionales ocuparon nuestro pueblo, hasta el final de la guerra, el 1 de abril de 1939, estuvimos incomunicados, sin saber absolutamente nada de él, ni él de nosotros; porque antes de la ocupación de Castellón, en junio de 1938, habían trasladado forzosamente a todo el personal sanitario del Hospital Militar a Crevillente (Alicante).

   Terminada la guerra, llegó por fin el regreso de nuestro padre y la inmensa alegría del reencuentro familiar.

   Pero no tardaron en surgir nuevas e inesperadas dificultades. Durante la ausencia de mi padre, quedó D. José Torres encargado provisionalmente de sus clientes, así como de las funciones de médico titular. Al regresar, una vez terminada la guerra, los clientes de mi padre volvieron inmediatamente con él; pero D. José Torres intentó retener para sí el cargo de médico titular, para lo cual contaba con algunas bazas políticas: le habían asignado un importante cargo político local, y le apoyaban algunas de las nuevas autoridades municipales, llegando alguno de ellos a acusar a mi padre de haber colaborado con el enemigo, con tal de salirse con la suya. Algún trabajo y disgusto le ocasionó el defenderse de todo esto, y hacer valer en el Jefatura Provincial de Sanidad de Castellón su derecho a ese cargo. Tuvo que explicar y justificar los verdaderos motivos de su estancia y empleo en Castellón y en Crevillente durante la guerra; su antiguo nombramiento para el cargo por el Ayuntamiento de Chert en 1918 y su pertenencia al Cuerpo de Médicos titulares desde su fundación, circunstancias que no se daban en D. José Torres. Al final le fue reconocido su indudable derecho al cargo, rattificándole en él como era de justicia.

   Fue éste uno de tantos casos que se dieron en la guerra civil: de como un ciudadano moderado, honrado y trabajador llegó a estar perseguido primero pot los extremistas de un lado, y después perjudicado, postergado, molestado por los de otro.

   A pesar de todo, no pasó mucho tiempo hasta que las relaciones de compañerismo entre ambos médicos se reanudaran y normalizaran, posiblemente porque e sendo común les hiciera ver que era lo más conveniente para todos.

   La posguerra y, en general todos los años de la década de los cuarenta, también especualmente duros para los españoles. La economía quebrantada por la guerra, la Segunda Guerra Mundial (septiembre de 1939 - agosto de l945); el aislamiento internacional de España, las pésomas cosechas debidas a grandes y continuas sequías ...; todo contribuyó a que hubiera varios años de penuria, de hambre. Y por si todo esto fuera poco se añadió otro mal: una epidemia de tifus exantemático o epidémico que afectó a toda España de 1939 a 1946. Estas epidemias hacen su aparición en las guerras o cuando se dan circunstancias de miseria como las que entonces tuvimos. Se trata de una enfermedad muy grave, que en aquella época tenía una mortalidad del 35% de los enfermos aproximadamente. En el Hospital Provincial de Castellón, por ejemplo, murieron de esa enfermedad varias personas, entre ellas una famosa cantante española de aquellos años.

   En Chert apareció un caso y cundió la alarma. Se trataba de un joven estudiante que adquirió la enfermedad fuera del pueblo y fue traído a él para ser atendido en su casa. Mi padre hizo lo propio de estos casos: instauró el tratamiento adecuado para el enfermo y controló su evolución; procedió de inmediato a su aislamiento para evitar la propagación de la enfermedad, y lo comunicó seguidamente a la Jefatura Provincial de Sanidad de Castellón.

   Por sugerencia del Jefe Provincial de Sanidad dio una conferencia de divulgación acerca de la naturaleza y peligro de esta enfermedad, insistiendo principalmente en los medios para evitar su difusión. Los asistentes al acto, que llenaron el local del cine, que es donde tuvo lugar, le escucharon con la máxima atención y al finalizar mostraron su agradecimiento con un fuerte aplauso.

   El tifus exantemático es una enfermedad infecto-contagiosa producida por un microbio, la Rickettsia prowazeki, que se transmite por el piojo del cuerpo (pediculus corporis o pediculus vestimenti), no por el piojo de la cabeza (pediculus capitis) que pertenece a otra especie zoológica. La gente dio en llamarla la enfermedad del piojo verde; pero lo cierto es que jamás hubo tal piojo verde; era el de la ropa, el del cuerpo. Por ello el principal medio de evitar la enfermedad consiste, además del aislamiento de los enfermos, en la lucha contra el piojo de la ropa y de sus liendres, desparasitando la ropa de vestir y de la cama del enfermo, a base de la máxima limpieza, la utilización de insecticidas, que los de entonces todavía eran poco eficaces, y por cuantos medios se disponga.

   Se curó el joven enfermo; y con las normas de higiene que dio mi padre, así como con la colaboración de todos los chertolinos, se consiguió que no se diera ni un solo caso más de esta enfermedad en el pueblo. Podríamos decir que todo salió bien, si no fuera porque el padre del enfermo mostró cierto disgusto y enfado con mi padre por algún perjuicio económico en su comercio, debido a la inevitable medida de aislamiento durante algunas semanas.

   La tuberculosis pulmonar, enfermedad que venía causando estragos desde siglos atrás, y que se cebaba principalmente en los jóvenes, se exacerbó también con las estrecheces de los años cuarenta. Se les trataba en los Sanatorios y en los Dispensarios Antituberculosos, cuya red estatal se venía desarrollando y perfeccionando desde principios del siglo XX; lo hacían los médicos especialistas en esa enfermedad, los tisiólogos, con todos los medios conocidos entonces. Los médicos de los pueblos también trataban muchos casos, valiéndose de la auscultación y de alguna radiografía que solicitaban para seguir la evolución. El panorama cambió radicalmente con el descubrimiento de la estreptomicina, primer medicamento antituberculoso eficaz, aunque su uso prolongado podía ocasionar sordera; y a continuación el descubrimiento de la isoniazida, rifampicina, etambutol y demás medicamentos antituberculosos. Tal vuelco favorable dio la evolución y la curación de esta enfermedad que gradualmente se fueron cerrando, por innecesarios, todos aquellos sanatorios antituberculosos, muchos de los cuales se han dedicado a otras aplicaciones hospitalarias.

   También por entonces hubo en Chert y en otras localidades, un brote epidémico de brucelosis o fiebre de Malta, que se transmite por el consumo de leche no tratada o de queso de cabras. La fiebre tifoidea, también muy grave, no era rara en Chert y en otros pueblos, debido a la poca seguridad higiénica del agua de bebida. En La Jana la contaminación del aguaa de un pozo público provocó un importante brote epidémico. En Chert mi padre. como Jefe Local de Sanidad, hubo de clausurar una fuente, medida que, aunque impopular, se mostró eficaz. Los casos de fiebre tifoidea y de paratíficas desaparecieron en Chert desde la traída del agua de la fuente del Molinar, con las debidas garantías sanitarias, para el abastecimiento del pueblo en el año 1934.

   Durante los años cincuenta la situación mejoró tanto en el aspecto económico como en el sanitario, pero según avanzaba esta década empezaba a aproximársele a mi padre la edad de jubilación, y cayó en el cuenta de que si seguía en Chert la pensión que le quedaría no podría ser buena, por lo que le convenía trasladarse a una población mayor, donde tuviera el cupo completo de cartillas de la Seguridad Social asignadas, pues en eso se basaría la pensión de jubilación. Trabajo le costó decidirse a dejar Chert pues él, un hombre de La Plana, le había cogido si cabe más cariño a este pueblo del Maestrazgo que mi madre que se había criado desde niña en él. Y ello a pesar de estar en permanente guardia médica a diario, mes tras mes, año tras año.

   En un concurso de traslado solicitó y obtuvo una plaza en Burriana, a donde se trasladó en noviembre de 1958, junto con su esposa, su hija Carmen y nuestra fiel y abnegada María Vicenta Jovaní Griñó que desde su adolescencia, hacia el año 1926, vivió siempre con nosotros, integrada en la familia, y que tanto se desvivió por todos nosotros.

   En Burriana el trabajo profesional era distinto, más normal. Se ajustaba más a horarios y se estableció un turno de guardias entre los médicos de familia. Había la posibilidad de consultar con especialistas en la misma población, y tenían a un paso los Hospitales de Castellón para lo que fuera necesario.

   Vivían en un piso muy cerca del Pla. Pronto se adaptó también a Burriana e hizo amistad con los otros médicos que allí ejercían.

   Mi padre se jubiló en 1964, a los 70 años de edad. A partir de entonces llevó una vida tranquila, de ambiente familiar, lectura, televisión, alguna partida y tertulia con las amistades hechas en Burriana; paseos y viajes a Castellón y a Chert. Como siempre fue muy habilidoso le entretenía inventar soluciones para las dificultades que planteaban a veces las actividades domésticas cotidianas. Mantenía su interés por la profesión leyendo las revistas médicas que recibía. Iban a verles de vez en cuando amigos y otras personas de Chert y de Castellón que les apreciaban tanto a él como a mi madre; y, por supuesto, que allí acudíamos frecuentemente sus hijos y sus diez nietos.

   En enero de 1979 cayó enfermo, y a pesar de todas las exploraciones que se le hicieron y de los tratamientos que se le aplicaron fue agravándose su enfermedad, que ya desde el principio había dado síntomas muy preocupantes. El día 20 de abril de ese mismo año murió cristianamente en Burriana, a los 85 años de edad, acompañado por su esposa y por sus hijos.

   Las exequias tuvieron lugar en la iglesia parroquial de El Salvador, de Burriana. Acudieron a despedirle gran cantidad de personas, amigos y clientes de Burriana, de Chert y de Castellón principalmente; tal fue la asistencia que apenas se cabía en la iglesia. La familia nos sentimos acompañados, y agradecidos a tanta gente que de este modo mostraron el aprecio que le tenían.

   Así fue el médico D. José T. García Tirado, de gran vocación y pericia profesionales, de absoluta dedicación a sus enfermos; un hombre bueno, que durante tantos años se consideró un chertolino más y que llevó siempre a Chert en su corazón.

Madrid, junio de 2012.

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