Los días de Adviento

Por Jesús Moya Casado

     Era y es costumbre inmemorial entre los honrados habitantes de moradas y mansiones de las distintas villas que componen nuestra gloriosa Patria, en estos días de Adviento, congregarse y, en demasiadas ocasiones agavillarse, en pos de donar y aceptar felicitaciones, enhorabuenas, parabienes, plácemes y congratulaciones así como la tendencia irrefrenable de asistir a espectáculos y sitios o parajes públicos de grande diversión y entretenimiento, que suspenden el ánimo y sirven para descanso y olvido de los muchos quehaceres que a cada cual, según su estado, ocupan, desvelan y con frecuencia agobian.

Adoración de los pastores al Niño Jesús.

     Entre todas cuantas fiestas de guardar se avecinan, y en las que participaban los moradores de las villas con singular entusiasmo y regocijo, distrayendo y animando a los residentes y pobladores de los distintos concejos, descollan de modo principalísimo las fiestas de la Natividad de Nuestra Señora y su Pascua, sin omitir ni distraerse de la fecha harto conmemorativa de la arribada a tierras de amonitas, amorreos, fenicios, hititas, madianitas y moabitas de tres regios personajes, muy diestros según nos relatan las sacras escrituras, en el arte de la nigromancia, pasados a la historia con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar a lomos de extraños animales exóticos.

     Pero, los cambiantes tiempos alteran y modifican las costumbres y se introducen novedades que, sin perjuicio de que sobrevivan los antiguos usos y públicos espectáculos, ocasionan nuevos modos de dichas y venturas, así como alteraciones en las formas de distracción.

     Aunque es notorio y de común conocimiento que los vecinos de las distintas villas suelen hacer oídos de mercader a las advertencias y admoniciones de corregidores, magistrados y regidores, séame permitido recordaros que entre las virtudes que hacen a un amigo o conocido perfecto y acabado, una muy principal es el seguimiento cabal de leyes dictadas. Merced a estas, conservaremos viejas amistades, ganaremos nuevas, haremos de los extraños propios y no pocas veces de los hostiles enemigos amigos de apego y fiar.

     Encarezco, pues, a inclinados, partidarios, afectos, incluso devotos, como firmante que soy de esta epístola, que atiendan con particular esmero las citadas ordenanzas y preceptos, conduciendo al despistado y olvidadizo, orientando al perplejo, sosegando al inquieto, ayudando al que está en apuros, consolando a quienes la magnitud, complicación y desmesura de esta gran epizootia, pueda llevar a la tribulación o al desconcierto, indicándoles incluso por medio de señas las acciones a seguir, todo ello con la única y loable aspiración de que en venideras festividades y conmemoraciones podamos seguir complaciéndonos con las presencias de amistades y compañeros con el jolgorio y armonía de antañonas fechas no tan lejanas en el tiempo.

     Todo esto viene a colación de que ha llegado a oídos de este firmante, que está finando gente que hasta ahora no lo había hecho.

     De modo que sirva la presente para haceros llegar mis deseos de felicidad y ventura para todos en estas datas de tanta relevancia personal.

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