Francisco de Cuellar

HONOR I GLORIA Al CAPITAN FRANCISCO DE CUELLAR

Por Jesús Moya Casado

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     "El infierno no puede ser peor", debió pensar Alejandro de Farnesio, duque de Parma y Gobernador de los Países Bajos.

     Algo así debió pensar el Gobernador cuando Francisco de Cuellar, capitán del galeón San Pedro de la Armada Invencible, exhausto, hambriento, condenado a muerte, sin ejecución final, por el duque de Medina Sidonia y náufrago dos veces en Irlanda y Flandes, se presentó ante él a contarle lo vivido durante el último año.

     La conversación que mantuvieron los dos personajes, perfectamente pudiera haber sido ésta, antes del despedida del marino hacia España:

     — Escríbalo así entonces, capitán. Escriba un relato sobre su infortunio — repetiría —. Escríbalo todo en detalle y entregáselo a mi secretario, él me lo hará llegar. Capitán — le diría —, descanse y repóngase, pero necesito en unos días su memorial, que enviaré al rey.

     — Así lo haré, excelencia. Cuente con esto.

     Y de ahí surgió la famosa carta en la que el capitán Francisco de Cuellar relató su extraordinaria experiencia narrando el desastre de la Armada Invencible y su posterior recorrido por Irlanda.

     Se desconoce su fecha de su nacimiento, si bien podría estar en torno a 1563, ya que en su narración afirma que accedió al servicio desde que tuvo edad para ello.

     Respecto a su lugar de nacimiento, tampoco existe certeza sobre en qué punto de la geografía castellana se produjo, si bien la opción más extendida apunta a la villa segoviana de Cuellar, tal y como indica su linaje.

     Se alistó en el ejército que invadió Portugal en 1581. Seguidamente se embarcó en Diego Flores Valdés en la expedición al Magallanes, en el grado de capitán de infantería en la fragata Santa Catalina.

     Después de regresar de Indias, Cuellar participó en la expedición a las Azores bajo el mando del marqués de Santa Cruz.

Mapa de la Ruta de Cuellar en Irlanda y senyal de este camino en Grange.

     La Gran Armada sufrió terribles pérdidas en las tormentas que se produjeron en otoño de 1588. Cuéllar era capitán del San Pedro, un galeón del escuadrón de Castilla, cuando este barco rompió la formación de la Armada en el Mar del Norte. Fue condenado a morir en la horca por desobediencia por el General Francisco de Bobadilla. Enviaron a Cuellar al galeón San Juan de Sicilia, para que el Auditor General Martín de Aranda ejecute la sentencia.

     La sentencia de muerte no se ejecutó y Cuellar permaneció a bordo hasta que el galeón — que formaba parte del escuadrón Levante y que sufrió numerosas bajas (hubo menos de 400 supervivientes de los 4000 que zarparon) — se ancló cerca de la costa de Irlanda, en el actual Condado de Sligo, en compañía de otros dos galeones. Al quinto día de estar anclados, los tres barcos fueron arrastrados hacia la costa y destrozados. De la tripulación de los tres barcos (1000 hombres) tan sólo 300 sobrevivieron.

     Los habitantes locales agredieron, hurtaron y desnudaron a los que reunieron en la costa, pero Cuellar que se había agarrado a una tabla, logró reunirse cerca sin ser visto y se escondió entre la maleza. Su estado era muy mal y pronto se unió a él otro superviviente, desnudo, que pronto murió.

     Cuellar se arrastró y vio 800 cadáveres esparcidos en la arena, de los que los cuervos y perros salvajes se alimentaban. Se pudo dirigir a la Abadía de Staad, una pequeña iglesia que había sido incendiada por las autoridades inglesas y cuyas monjas habían escapado: vio a doce españoles colgando de ganchos anudados en las barras de hierro de las ventanas que quedaban en las ruinas de la iglesia. Una mujer de la zona le recomendó que se alejara del camino, después se encontró con dos soldados españoles, desnudos, que le informaron de que los soldados ingleses habían matado a los 100 españoles que habían caído en sus manos.

     Andaron descalzos en la frialdad, por un bosque donde encontraron a dos jóvenes que viajaban con un viejo y una joven: los jóvenes atacaron a Cuellar, que recibió una cuchillada en una pierna antes de que el viejo interviniera.

     Cuellar siguió el consejo del chico de no acercarse al poblado y se mantuvo comiendo bayas y berros. Fue atacado de nuevo por otro grupo de hombres que le dieron una paliza y le quitaron la ropa. Se cubrió con un faldón de helechos y ramas. Consiguió llegar a una población desierta donde encontró a otros tres españoles. Después de pasar algún tiempo en este lugar, encontraron a un joven que hablaba latín y que les condujo al territorio del señor Brian O'Rourke en el actual Condado de Leitrim.

     En tierras de O'Rourke se encontraban seguros. Cuellar se dirigió al norte con un grupo en busca de un barco español anclado, pero el barco había partido. Volvieron a la tierra de O'Rourke, donde la esposa del señor fue su anfitriona.

     Cuellar observó a la sociedad irlandesa, percibiendo que esas gentes vivían de modo salvaje, pero que eran amistosos y seguían los usos de la Iglesia. Escribió que, de no haber sido por su hospitalidad, él y sus compañeros no habrían sobrevivido. Concluyó que en esas tierras no había justicia ni derecho, ya que todo el mundo hacía lo que quería.

     En noviembre de 1588, Cuellar se desplazó al territorio de MacClancy con otros ocho españoles. Permaneció en uno de los castillos del señor. Les llegaron novedades de que los ingleses habían enviado a mil setecientos soldados contra ellos. En respuesta, el señor optó por huir a las montañas, mientras que los españoles defendían el castillo. Disponían de dieciocho armas de fuego - mosquetes y arcabuces - y consideraron que el castillo era inexpugnable, por su ubicación en tierras que evitaban el uso de artillería.

     El sitio en el castillo duró diecisiete días. En ese tiempo no pudieron cruzar el difícil terreno y tal y como relata Cuellar, después de ver rechazada su oferta de salvoconducto a España, ahorcaron a dos españoles a la vista del castillo para aterrorizar a los defensores. Los ingleses se vieron forzados a levantar el sitio debido al mal tiempo.

     MacClancy regresó con regalos para los defensores, incluido ofrecer a Cuellar de la mano de su hermana, que éste declinó. En contra del criterio del jefe, los españoles dejaron estas tierras diez días antes de Navidad, dirigiéndose al norte. Encontraron que el obispo de Derry, Redmond O'Gallagher, tenía otros doce españoles a su cargo, a los que intentaba ayudar para llegar a Escocia.

     Después de seis días, Cuellar y los otros diecisiete zarparon hacia Escocia. Dos días después alcanzaron las Hébridas y poco después la costa escocesa. Cuellar permaneció en la Escocia seis meses, hasta que los esfuerzos del Duque de Parma le facilitaron pasaje para Flandes. Los holandeses esperaban en la costa y el barco de Cuellar naufragó y muchos de los supervivientes se ahogaron o los mataron después de capturarlos. De nuevo se halló en una situación similar a la que había vivido en Irlanda, cuando entró en la ciudad de Dunquerque con sólo su camisa. Aquí es donde escribió el extenso relato (la carta consta de 33 pliegos) de su experiencia y continuó en Flandes algunos años más.

     Nada se sabe sobre su fecha de deceso ni sobre su vida civil.

     En la actualidad, la república de Irlanda dispone de recorridos señalizados por donde transcurrió Francisco de Cuellar, al igual que todos los años se le rinde homenaje a su valor y perseverancia.

     En las imágenes vemos un mapa de la Ruta de Cuellar en la Irlanda y una de las señales de este camino en Grange, junto a la playa de Streedagh, en la Irlanda, donde naufragó el navío en el que iba Cuellar.

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