La "K" de KU-KLUS-KLAN

Por Jesús Moya Casado

     A principio de los años 80, cuando se inició el movimiento okupa, se okupaban edificios abandonados y derruidos, en los extrarradios de las ciudades, siendo percibido como algo lejano por la sociedad, con cierto tinte “hippie”, resultando los okupas casi simpáticos. Pero, como la mayoría de estos movimientos, con el tiempo se prostituyen rápidamente. A cualquier hispanohablante, la k le resulta una letra como mínimo ajena, hasta repelente.

     La k adquiere fuerza y prestigio en el último tercio del último siglo XIX, acompañando el militarismo prusiano en toda Europa: es la k de Kaiser. La K constituía el símbolo del poder alemán.

     De ahí que el racista y misógino Sabino Arana, primero y luego sus seguidores, hicieran de la k un privilegiado elemento simbólico de su nacionalismo antiespañol, pues al tiempo que les diferenciaba de España, constituía toda una agresiva declaración de intenciones. Euskadi era la patria vasca, euskalduna su identidad, euskera su idioma y maketo todo lo español.

     Unamuno, otro vasco que entendió la amenaza bizkaitarra mejor que nadie, combatió toda su vida lo que entendía como una agresión política y cultural. Que no estaba descaminado vino a demostrarse trágicamente, cuando en el tramo final del franquismo se reactivó la amenaza nacionalista vasca, ahora en la forma salvaje de terrorismo bajo las siglas de ETA (aunque no lo parezca, la k también está presente: Euskadi Ta Askatasuna).

     Es posible rastrear toda la estela simbólica de la k desde su programa clásico -la alternativa KAS-, hasta sus reivindicaciones –Euskal Herria askatuta, Presoak kalera– o su forma de lucha –kale borroka-, pasando por su bandera –ikurriña-, sus lugares de ocio y esparcimiento –herriko tabernas– o sus insultos –txakurras para designar a los policías-.

     De este modo la k llegó a nuestra cultura y nuestra política y se impuso en el intervalo entre el siglo XX y el XXI en los círculos más extremistas de nuestro país (los autodenominados antisistemas o anticapitalistas) como efecto mimético del radicalismo vasco. La forma más emblemática de esta contestación radical, a menudo violenta, ha sido sin lugar a dudas la okupación.

     Es fácil comprobar que la k, como símbolo revolucionario se extiende de manera imparable, tanto para designar a un barrio obrero y contestatario (Vallekas) como para designar un ideal, ahora transmutado en Anarkía o directamente en Kaos. Por si persisten algunas dudas acerca de la vitola rupturista de la k, habría que añadir que el movimiento 15-M usó la emisora de televisión Tele K para difundir programas como Todo por la kausa o el que alcanzaría más celebridad bajo la batuta de Pablo Iglesias, La tuerka. Es decir, se estaban así poniendo las bases para todo un movimiento de contestación kontrakultural.

     La K enmarcada en un círculo desplaza a la A de Acracia o Anarquía, e incluso sustituye, ya con ventaja, al resto de la simbología clásica –bandera roja incluida-, en este caso la presencia de la k hace todo más novedoso y, a su manera, un tanto ingenua, más transgresor.

     Pero no nos engañemos, esa ingenuidad no es inocencia sino tosquedad, que no es obviamente lo mismo, pero no deja de ser tan eficaz como un palo o una piedra como elementos ofensivos. Los nuevos kamaradas se reconocen en esta letra rupturista no ya solo en la calle sino en los medios y las redes.

© Copyright J.M.C. - 2023

http://www.chert.org