Francisco Pigetas
VIDAS Y MUERTES DE FRANCISCO PIGETAS NATURAL DE BENAFER
Por Jesús Moya Casado
De la vida de este famoso bandolero se han conservado tres relatos. En primer lugar, el “Nuevo y curioso romance, en que se declaran los arrestos y maldades de Francisco Domingo Flores Pigetas, natural de Benafer, reino de Valencia, con todo lo demás que verá el curioso lector”, publicado por Ildefonso Mompié en 1822. Los ciegos con sus coplas cantaron sus fechorías por las distintas esquinas, y sus versos iniciales decían así:
Emprenda temeridades el corazón más horrendo, pise sin freno la ley, siga obstinado y ciego los antojos que le dictan el demonio y sus intentos, que en llegando a lo profundo de sus vicios ten perversos Dios justamente le corta los pasos con tal extremo que en lo mejor de sus años sirven de notable ejemplo; y así, cristianos, alerta, despertemos, despertemos, y no ofendamos a Dios en obras ni en pensamientos, para que así justamente juzgue al malo y premie al bueno.
Se narraba la vida del bandolero desde su nacimiento en Benafer, donde desde bien pronto dio muestras de su temperamento “audaz, cruel y soberbio”, por el que acabó desterrado en Orán. Huyó de allí a los dos meses y regresó a su pueblo pero, denunciado por el alcalde, fue enviado como soldado al regimiento de Saboya durante diez años. Pasado el tiempo, regresó a Benafer para tomar venganza del alcalde delator, a quien mató de un trabucazo, huyendo luego al monte. Tras conseguir burlar a las compañías de fusileros que iban en su busca, se unió por breve tiempo a dos desertores llamados el “Gato” y el “Conejo”, quienes al poco fueron apresados y desterrados también a Orán. De nuevo a solas, Pigetas siguió con sus fechorías por los montes: forzó a la mujer de un molinero de Viver y se dedicó al robo para sobrevivir. Finalmente, gracias a la traición de dos amigos, el bandolero fue atrapado en Alpuente y enviado a Valencia, donde se le condenó a ser ahorcado y descuartizado.
El romance termina, al igual que comienza, con versos moralizantes que apelan al escarmiento con el trágico final de Pigetas. La obra se presenta como un “resumen”, un “corto compendio” que no alcanza a dar cuenta de toda la vida de Francisco Pigetas pues, según leemos,
para escribir sus hechos había de hacer seis partes, y así aun con todo eso me había de venir justo, según dicen en su pueblo.
Sin embargo, el romance se extiende en detalles que apuntan a un conocimiento directo de los hechos, posiblemente a través de testigos. Por ejemplo, el autor dedica un número desproporcionado de versos a tratar el matrimonio de Pigetas: menciona su amistad con una mujer del mismo lugar durante dos años, y su embarazo como el hecho que precipitó su casamiento. El fugitivo obligó con amenazas al cura de Benafer a salir del pueblo y éste los casó debajo de un algarrobo:
aunque es muy cierto de que el casamiento aquel fue nulo, según sabemos, que en la torre de Serranos luego a casar los volvieron.
Pigetas y varios compañeros protagonizaron un intento de fuga de la cárcel de la Torre de Serranos: desencadenaron un motín, obligando a reforzar la guardia y a abrir negociaciones con ellos, con lo que se consiguió su rendición al cabo de un día y fueron castigados por su atrevimiento:
y para evitar recelos el día treinta de diciembre a él y dos compañeros los pasaron por la vuelta, donde les dieron doscientos azotes por la primera, y a la cárcel volvieron.
El romance es más bien un relato impresionista de los hechos de Francisco Pigetas, combinado con notas anecdóticas como las nombradas, como los apodos de sus compinches o incluso como el nombre de su perro, “Ciervo”.
En otro texto relativo al juicio y ejecución de Pigetas, una “Causa criminal” publicada en febrero de 1787 en el “Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid”. La causa de Pigetas se divide en cinco partes: la introducción informa sobre la sentencia dictada por la Sala de Alcaldes del Crimen de la Real Audiencia de Valencia y ofrece, a partir del proceso, algunas informaciones generales sobre el reo: se le identifica como “...desertor de un regimiento de infantería, sin domicilio fijo y acompañado de forajidos, por lo que es apresado por la compañía de fusileros del Reino de Valencia y sentenciado al presidio de Orán”. A su vuelta, “...no pudiendo por su genio acomodarse a una vida quieta y tranquila”, vuelve a rodearse de “gente de mal vivir” y participa en distintos robos. El fiscal decidió prescindir de aquellos delitos leves y centrar su acusación en los graves, “pues había sobrados motivos para imponerle la pena ordinaria de muerte de horca (...), por resultar cruel homicida y bandolero armado en compañía”. A continuación, se enumeran los cargos: “...robo de ganado en Aín, resistencia a la justicia y fuga de la cárcel de Gaibiel; extorsión a un labrador de esta localidad; muerte del teniente de alcalde de Benafer, que pretendía prenderle; extorsión al alcalde de la villa de Altura para que liberara de inmediato a un compañero que tenía preso; violación de una mujer, esposa de un amigo suyo; resistencia a la justicia al caer en una emboscada de soldados del regimiento de Ultonia, de los que logró zafarse. La tercera parte narra la captura de Pigetas, su estancia en prisión y ejecución: se concreta la fecha de su paso por Alpuente (1 de octubre de 1786), no se hace mención a la traición de sus compañeros, que son también prendidos por el alcalde segundo de la villa; el intento de fuga de la Torre de Serranos y los correspondientes azotes para Pigetas y otros dos presos son también recogidos, subrayándose la entereza del bandido durante el castigo (“iba con la mayor serenidad, siguiendo con cabeza y boca el compás del pífano y tambor”); se ofrecen detalles sobre sus últimos momentos de vida, como su confesión en la celda, la fortaleza demostrada de nuevo camino del cadalso, a lomos de un borrico (“siendo preciso que los que le auxiliaban le hiciesen bajar los ojos y la cabeza por la carrera, pues iba en el borrico con igual satisfacción que cuando le azotaron”), o su arrepentimiento final (“con todo confesando en una deprecación que no le había servido volverse loco, murió arrepentido y contrito, según las muestras que dio a los 39 años de su malograda edad”).
La “Causa” ofrece a continuación una descripción de Pigetas, que trascribo íntegra por tratarse de una información poco habitual en relación a los reos:
“Era Pigetas de más que regular estatura, moreno de rostro, cerrado de barba, hombre de mucha fuerza, cauto, sagaz y advertido; más amante de huir el cuerpo a los peligros que de presentarse a ellos para vencerlos con la fuerza; su mirar era severo, que parece que quería dar la ley a todos, de nadie se fiaba, pocas veces dormía encerrado, sino a cielo raso y donde no lo supieran sus compañeros, de quienes fiaba poco o nada.”
Fue muy ensalzada la figura del alcalde de Benafer que consiguió atrapar al bandolero, Pedro Alepuz de José, de oficio labrador. El mismo rey Carlos III le hizo entrega de tres mulas como prueba de gratitud, así como de
“una medalla de plata que tiene por el anverso el busto de S. M. y esta inscripción: Carlos III, Rey de España y de las Indias; y por el reverso la fama con una corona en la diestra y la inscripción que dice: Premia y excita al valor esforzado, para que la traiga descubierta y pendiente de una cinta de color de fuego, en público testimonio de tan importante servicio.”
Hay una tercera fuente, extraordinaria por su rareza, relativa al suplicio del bandolero Pigetas. Se trata del discurso que Juan Gascó, padre carcelero de Valencia entre 1780 y 1801, pronunció en el mismo cadalso, instantes después de que el reo fuera ejecutado. Gascó era el encargado de acompañar a los condenados durante sus últimos días, una vez se había dictado sentencia: trataba de proporcionarles consuelo en esos trágicos momentos, se preocupaba de que se arrepintieran de sus crímenes y pidieran confesión, les daba unas últimas palabras de aliento antes de encaminarse hacia el patíbulo y, por último, ante el cadáver del reo, ofrecía un discurso a la multitud concentrada en torno al cadalso, con el fin de que extrajeran una enseñanza moral del castigo sufrido por el delincuente. Por fortuna para nosotros, Gascó se preocupó por trascribir todos sus sermones, que constituyen un testimonio extraordinario sobre el ritual punitivo en la Valencia de finales del Antiguo Régimen. El discurso de Gascó comenzaba así:
“Extraño, SS., el ver congregada tanta muchedumbre de gente cuanta jamás he visto en ocasión semejante. Admiro la curiosidad de todo el pueblo en ver y reparar los más pequeños movimientos, gestos y acciones de un infeliz y miserable hombre. En fin, admiro también el gran deseo que advierto en vosotros de querer saber la vida y los hechos de este reo. Porque en verdad, SS., ¿es cosa nueva o rara este patíbulo? ¿O se ha hecho ahora en este reo lo que no tenéis visto en otros muchos? Si nada es de esto, ¿a qué tanta muchedumbre? ¿a qué tanto aparato y confusión?”
La respuesta a la cuestión la ofrecía Gascó a reglón seguido: la fama del reo, la curiosidad por conocerlo, era lo que había atraído a tanta gente aquella mañana. Y, una vez la ejecución se había consumado, aguardaban a que el sermón desgranara para ellos “los hechos particulares de un reo tan famoso”. (1)
El pliego de cuerda terminaba diciendo: Manda que sea ahorcado/ y descuartizado luego/ la cabeza en Benafer/ donde cometió arrestos/ los quartos por los caminos.
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(1) Juan Gascó, “Oposiciones, sermones en el mercado y exhortaciones”, Biblioteca del Real Colegio del Corpus Christi de Valencia.
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