Loa a San Roque
Por Jesús Moya Casado
A SAN ROQUE
Ya no me atraen los jolgorios, ni las calles adornadas, ni ruidosas romerías, ni carretas, ni parrandas de esas de vida baldía; ni el olor a carne asada, me interesa más San Roque con su sombrero a la espalda, con su perro, con su pan, con su capa y sus sandalias. Lo demás queda muy lejos, y mi corazón no extraña ni bailes extenuantes, ni bandurrias ni guitarras, ni adornos con banderolas, prefiero que la espadaña lance al aire los repiques de su antañona campana. San Roque a todos sonríe, y yo contemplo su cara aparentemente mudo, porque le hablo sin palabras; él conoce de memoria las esquinas de mi alma; las conoce desde niño cuando a la ermita llegaba, y no le miraba al rostro, me atraían más sus llagas que yo quería curarle, con el agua de mi alma. Me sonreía San Roque para que yo me calmara, y me iba en procesión muy cerquita de su anda con el perro, con el ángel, con la calabaza de agua y las olorosas flores, que en su mano él llevaba. Aquel niño ya no existe, la niñez también se acaba, lo que no termina nunca, aunque la vida se escapa, es el amor que derramo con gran cuidado a sus plantas. Quede aquí la reflexión que se me escapa del alma: San Roque es de Burjassot, porque aquí encontró la calma.
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