La Navidad

Por Joaquín Segarra Idiazábal.

   Cuando compramos los regalos de Navidad, decoramos el árbol, ponemos “el nacimiento” o nos reunimos con la familia alrededor de la cena navideña, raramente nos detenemos a pensar cómo se fueron formando esas tradiciones milenarias, algunas de ellas mucho más antiguas que el propio cristianismo.

   El nombre de la fiesta Navidad, proviene del latín nativitas, nativitatis “nacimiento”, “generación”. La conmemoración del nacimiento de Jesús, la fiesta más universal de Occidente, se celebró por primera vez el 25 de diciembre del año 336 en Roma, pero hasta el siglo V, la Iglesia de Oriente siguió conmemorando el nacimiento y el bautismo del niño Dios de los cristianos el 6 de enero.

   En siglos posteriores, las diócesis orientales fueron adoptando el 25 de diciembre y fueron dejando el 6 de enero para recordar el bautismo de Cristo, con excepción de la Iglesia armenia, que hasta hoy conmemora la Navidad en esa fecha de enero.

   No se tiene una seguridad de la razón por la cual se eligió el 25 de diciembre para celebrar la fiesta navideña, pero lo más probable es que los primitivos cristianos de aquella época hayan tomado como parámetro la muy extendida - en todas las culturas - fiesta pagana conocida como natalis solis invicti (festival del nacimiento del sol invicto), que corresponde al solsticio de invierno en el hemisferio norte, a partir del cual empieza a aumentar la duración de los días y el sol sube cada día más alto por encima del horizonte.

   Una vez que la Iglesia oriental instituyó el 25 de diciembre para la Navidad, el bautismo de Jesús empezó a festejarse en Oriente el 6 de enero, aunque en la Roma esa fecha fue escogida para celebrar la llegada a Belén de los Reyes Magos, con sus regalos de oro, incienso y mirra.

   A lo largo de los siglos, las costumbres tradicionales vinculadas a la Navidad han venido desarrollándose a partir de múltiples fuentes. En esas tradiciones, tuvo considerable influencia el hecho de que la celebración coincidiera con las fechas de antiquísimos ritos paganos de origen agrícola que tenían lugar al comienzo del invierno.

   Así, la Navidad adquirió elementos de la tradición latina de la Saturnalia, una fiesta de regocijo e intercambio de regalos, que los romanos celebraban el 17 de diciembre en homenaje a Saturno. Y no hay que olvidar que el 25 de diciembre era también la fiesta del dios persa de la luz, Mitra, respetado por Diocleciano y que había inspirado a griegos y romanos a adorar a Febo y a Apolo.

   En el Año Nuevo, los romanos decoraban sus casas con luces y hojas de vegetales y daban regalos a los niños y a los pobres en un clima que hoy llamaríamos ‘navideño’ y a pesar de que el año romano comenzaba en marzo, estas costumbres también fueron incorporadas a la festividad cristiana.

   Por otra parte, con la llegada de los invasores teutónicos a la Galia, a Inglaterra y a Europa Central, ritos germánicos como la veneración a los árboles fuertes y frondosos (especialmente los pinos), se mezclaron con las nativas costumbres celtas y fueron adoptados en parte por los cristianos, con lo que la Navidad se tornó desde muy temprano una fiesta de comida y bebida abundante, con fuegos, luces y árboles decorados.

   La Navidad que celebramos hoy es, pues, el producto de un milenario crisol en el que antiguas tradiciones persas, griegas y romanas se conjugaron con rituales celtas, germánicos y con liturgias ignotas de misteriosas religiones orientales.

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