Terracota policromada de publicidad comercial
por José Calvo Segarra
Cuando el escultor Juan Bautista Folía Prades recala en su pueblo, Sant Jordi, entre los años 1935 y 1937, es ya un artista consagrado reconocido internacionalmente. Nacido en 1881, después de cursar sus primeros estudios en la población del Baix Maestrat, ha emigrado junto a su familia a Barcelona donde entrará de aprendiz en la fundición Masriera y Campins. Allí tendrá la oportunidad de conocer al insigne Mariano Benlliure, quien le alentará a solicitar una beca de la Diputación de Castellón que le permita matricularse en la madrileña Real Academia de San Fernando. Conseguida ésta, desde Madrid remitirá a Castellón de la Plana una de sus primeras obras en yeso: El Lañero. Con la misma beca accederá a la Escuela de Arte de Barcelona. Su obra más destacada de las modeladas entonces: Campesina italiana. Trabajará por breves periodos en Salamanca y en Olot, antes de trasladarse por segunda vez a París, donde entrará en admiración de los trabajos de Auguste Rodín de quien recibirá notable influencia artística, y con su obra Fragment de tombeau tomará parte en el Salón de Artistas Franceses, haciéndose acreedor de una mención honorífica.
Pese a su juventud, es ya un reputado artista cuando realiza el busto del rector de la universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno. En España ha participado en sendas exposiciones de Barcelona y en la Nacional de Bellas Artes de Madrid. Su biógrafo, Joan Ferreres Nos, ha recordado que Santiago Rusiñol le compró su Cabeza de Cristo y el también pintor Ramón Casas su Rosa. Notabilísimas son sus figuras en piedra realizadas en la catedral de Vitoria.
Sin embargo, es en Chile donde disfrutará de su etapa de mayor esplendor. Su prolija producción artística abarcará la imaginería religiosa, monumentos civiles, bronces y otros, en una etapa en que fue profesor de modelado en la Universidad Católica de Santiago, en cuyo patio central queda una de sus obras esculpida en mármol. No serán menores en el aspecto artístico las satisfacciones que obtendrá a su paso por Argentina, donde se le encargarán las figuras en piedra del templo de San Miguel en Buenos Aires y entre otros, el mural conmemorativo de la batalla de Maipú.
Por esas mismas fechas Julián Segarra Ferreres es ya un exitoso industrial después que, con alcoholes de inmejorable calidad testados por el químico alemán Julián Adrián, haya comenzado en los primeros días del mes de marzo del año 1928 a destilar aguardientes, anisados y licores en el callejón de Santa Isabel, que pronto alcanzarán renombre y le harán contar con la incondicional aceptación de los entendidos. Era el undécimo hijo del tintorero de Chert, Ramón Segarra Conesa y al concluir sus estudios elementales, pese a tener reconocidas dotes musicales - guitarra, clarinete y acordeón - decide iniciarse en el oficio de herrero. Entrará como aprendiz en la herrería de Juan José Chillida Ferrer, de Cervera del Maestre y practicará en la de Patricio Fonollosa, de San Rafael del Río, cuando la población aún pertenecía al término de Traiguera.
Como emigrante económico acompañará a su hermano Francisco cuando éste le comunique sus deseos de emigrar a la República Argentina y una vez allí, no residirán en la población de Florencio Varela donde viven la mayoría de los emigrantes de Chert, pues al encontrar trabajo de inmediato, se instalarán en la capital Buenos Aires. Naturalmente, tendrá facilidad para contratarse para realizar trabajos de herrería en una industria bonaerense del ramo. Esto, mientras dura la Guerra Europea - Primera Guerra Mundial -, puesto que su término, sumirá en una profunda crisis a ese ramo de la industria argentina que le obligará a regresar a Chert donde entrará a trabajar en la destilería de alcoholes del que sería su suegro Francisco Ortí.
Un día, ya instalado Julián Segarra por su cuenta, ha acudido a San Jorge a servir a sus clientes y al pasar por una calle, en una casa que tiene sus puertas abiertas de par en par, ve a un hombre modelando una figura con evidente destreza, que le llama la atención. Se trata de Bautista Folía, con el que entabla conversación, cosa que no es nada difícil, pues el escultor es un buen conversador.
A la vista de sus vivencias comunes en la República Argentina que ambos conocen en la misma época y que uno y otro recuerdan con admiración, ambos hombres parecen predestinados a convertirse en amigos. Así será y tratarán de verse cada vez que Segarra se desplace a San Jorge.
Sus conversaciones comienzan y terminan siempre recordando su Buenos Aires. También sobre la Barcelona que ambos han conocido y donde ambos se han casado con sus respectivas esposas en una iglesia del barrio de Gracia. A Folía le gusta sobremanera hablar y dar detalles de sus esculturas en piedra de las que quedan algunas en la capital bonaerense. Conversan sobre fundición y forjado, tema que a ambos apasiona y que Folía domina como domina cuantas especialidades se acercan de una u otra forma a la escultura que es su verdadera pasión y razón de ser.
Por un momento, Folía ha recordado unas reproducciones en yeso que en otro tiempo realizó para un establecimiento barcelonés: El Indio. Las reproducciones se repartieron entre los clientes y ahora sabemos que el admirado abogado vinarocense Agustín Delgado, a cuya nutrida biblioteca nos hemos acercado cuantos hemos tratado de escribir sobre estas tierras, pudo rescatar una de ellas.
Folía preguntará a su amigo si es posible realizar unas reproducciones en yeso a semejanza de lo hecho en Barcelona para el establecimiento de la calle del Carmen, que en principio no parecen lo más apropiado. Finalmente, concluyen en llevar a cabo un óvalo mural de arcilla cocida del que se harán muchas copias, que sirva como soporte de los anuales almanaques de publicidad que el industrial distribuye entre sus clientes.
Puesto enseguida manos a la obra, el escultor prepara de inmediato un boceto de su proyecto, que entrega al industrial. El dibujo representa un busto muy reconocible de Julián Segarra al que acompañan dos mujeres, una a cada lado. Ver a su marido en compañía de dos mujeres por las paredes de los bares no será del agrado de Vicenta Ortí Ferreres, esposa de Segarra, por lo que el primitivo boceto habrá de ser modificado y las tres figuras del mural reducidas a una sola bella mujer, que en el recuerdo juvenil de Juan Cervera Dellá, alumno aventajado de dibujo que presenció la elaboración de ésta y muchas otras obras de Bautista Folía, quedaría como una Dama de Elche.
El óvalo mural que culmina con un busto de mujer ataviada con los aderezos típicos de valenciana, cubierta con mantón al estilo de las gitanetes de La Jana, se llevaría a cabo con arcilla de Traiguera, cocida en uno de los hornos alfareros de la localidad. Representa un enramado de hojas de parra del que penden cuatro racimos de uva como soporte de un mostrador en cuyo frontal puede leerse: Los mejores licores los fabrica JULIÁN SEGARRA - CHERT - (CASTELLÓN) - 1937. Fechado y firmado por el autor: B. Folía. Sobre todo ello aparece el busto femenino sosteniendo en una mano un vaso y en la otra una botella de anís de original molde propio. Destacando en el pecho dos rosas.
Para la realización de los trabajos, Folía se traslada diariamente en bicicleta desde San Jorge - que ya ha adoptado el nombre del líder anarquista Durruti, muerto en la Ciudad Universitaria y ha sido enterrado en Barcelona con gran pompa - hasta Traiguera, pasando por la proximidad del Pou de les Serretes donde pudo presenciar alguno de los macabros sucesos que allí se produjeron y cabe que recibiera alguna amenaza por haber realizado unos ángeles para la iglesia de su pueblo. Sea como fuere, apresuró la terminación de las piezas para Segarra y marchó para Barcelona adonde llegó con tiempo para presentar sus obras: 19 de juliol y Cabeza de mujer en la Exposición de Primavera.
Algunos de los objetos artísticos reseñados fueron policromados por el autor, mientras que el resto se pintaron simplemente con pátina.
Y ya que lo hemos citado, recordar que la primitiva fábrica de aguardiente que Francisco Ortí cuando tenía en sociedad con Severino Calet, estaba en el lugar donde mucho más tarde Enriqueta Martí Puig y Miguel Beltrán Ferreres estabularon sus vacas, mientras que la fábrica de alcoholes de Francisco Ortí se hallaba en el solar que ahora ocupan un garaje y dos viviendas. Tenía tres grandes puertas que abrían, dos de ellas al Paseo de la Independencia, y la tercera, situada junto a la alta torre de destilación, al callejón de Santa Isabel. Vicenta Ortí, esposa de Julián Segarra, había dirigido algunas veces la destilación de alcoholes cuando la materia prima eran vinos de la región y siempre cuando eran higos secos de Chert y Rossell.
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