El comienzo de la casa de Borbón en España

por Pedro Voltes Bou


     El primer soberano español de la dinastía borbónica, se posesionó del trono en 1701 con el nombre de Felipe V (1700 - 1746) bajo el patrocinio de su abuelo Luís XIV de Francia, dando efectividad al testamento del último rey de la Casa de Austria. Apenas se ha instalado en Madrid, el nuevo rey exterioriza su inclinación a respetar y complacer a las instituciones básicas del estado que ha heredado y de este modo, se muestra benévolo para con los militares, los funcionarios, la iglesia y los estamentos que se podrían estimar conservadores, de cuyas filas no sale ningún acto institucional de hostilidad al nuevo soberano. Se produce así una curiosa inversión de posiciones y tesis: el rey francés, cuyos partidarios esperan una renovación total de la monarquía y un barrido de escombros, se conduce por el momento como tutor de la continuidad del estado de cosas creado durante los últimos lustros de la monarquía austriaca, mientras que los devotos de ésta, que se agrupan instintivamente en tomo de la figura del archiduque Carlos de Austria, se ven mezclados elementos protestatarios, revoltosos y disconformes por causas muy diversas de adoptar una actitud de aventureros rebeldes que parecería más coherentes con unas tesis de tipo progresista. En este orden de cosas es sumamente ilustrativo que la Inquisición en bloque se sitúe al lado de Felipe V. Por lo demás, éste es uno de los pocos casos de adscripción total de un ente o un país, a uno de los dos candidatos, porque lo más usual es que las gentes se pronuncien de manera muy casuística y contradictoria en favor de cada uno de los partidos, los cuales tienen por punto de arranque unas opciones muy antiguas. Recuérdense, por ejemplo, los intentos de Juan José de Austria por acaudillar el revisionismo de la Corona de Aragón en contra de las ordenaciones madrileñas, conflicto que en cierta medida vino a repetirse cuando el archiduque Carlos fue proclamado soberano en ésta.

     La adhesión de una parte de los pueblos de la monarquía a la candidatura del príncipe austríaco está condicionada y encarrilada por la guerra continental que despierta el acceso de los Borbones al trono español. El Imperio, aliado con Inglaterra, Holanda, Brandeburgo, Dinamarca, Suecia, Portugal y Saboya, se dispuso a poner coto al expansionismo francés con el pretexto de salvaguardar el equilibrio de Europa. Las hostilidades no comienzan en suelo español, sino en Italia (batalla de Luzzara) y en mar (combate de Vigo) en 1702. Continuaron luego en Flandes y en la frontera con Portugal, país donde desembarca el archiduque Carlos y comienza a preparar 1as operaciones conferenciando con su copioso y heterogéneo estado mayor formado por los dirigentes de las diversas fuerzas aliadas, de los que cada uno de los cuales profesa ideas propias acerca de la campaña. Después de algunas operaciones en la zona fronteriza, la principal que se acomete es enviar al Mediterráneo a la fuerte armada angloholandesa que ha traído desde Londres al pretendiente, para que intente apoderarse alguna zona de la costa, dudándose ampliamente sobre cuál ha de ser ésta. Tras una comparecencia de la armada ante Barcelona que no acaba de decidirse a abrazar la causa austriaca, la flota regresa al sur y se apodera en 1704 de la plaza de Gibraltar en nombre del archiduque. En el año siguiente, la armada repite su amenaza contra Barcelona aprovechando que en ella y en toda Cataluña, está en curso un vigoroso movimiento de rebeldía contra Felipe V. Después de ser gravemente bombardeada, la plaza se rinde al príncipe austriaco, el cual es proclamado rey e instala en ella su corte con aplauso mayoritario de la opinión catalana y la de Valencia y Aragón. Felipe V intenta recuperar Barcelona poniéndole sitio, pero ha de regresar con sus tropas Madrid para defenderlo de una ofensiva basada en Portugal. A su vez, los austrófilos, emprenden la marcha sobre la capital y conquistándola, obligan a Felipe V a salir de ella, a apremiar a los castellanos y a Luís XIV a que le presten la ayuda suprema en aquel trance. Mientras tanto, en Flandes triunfan los ejércitos aliados acaudillados por Marlborough y en Italia los que manda Eugenio de Saboya. Resultado de sus campañas el que en ambas áreas deje de imperar Felipe V y sea reconocido el archiduque, lo cual traerá por consecuencia que en las paces finales se separen de España y se integren en los dominios de los Habsburgo. Durante los últimos lustros del siglo XVII había brillado en Cataluña una generación de proyectistas económicos y políticos encarnada en Narcís Feliu de la Penya, la cual había incubado diversos proyectos de desarrollo del país que comenzaron a materializarse en unas cortes que tuvo Felipe V en Barcelona y se consolidaron en otras que celebró Carlos de Austria en 1705 - 1706, dando forma a una activa voluntad catalana de participación en la monarquía, que contrasta con la actitud separatista de 1640. Con todo, las fatigas de la guerra, los abusos de la corte de Barcelona, en gran parte formada por extranjeros y las desilusiones que generó el autoritarismo providencialista de Carlos de Austria, alimentan una creciente inhibición de sus leales y dan pie a que el poder emprenda medidas de represión para asegurar el buen curso de la guerra. En 1707, con la victoria borbónica de Almansa, cambia la suerte del conflicto en la Península y Felipe V reconquista Valencia y Aragón, mientras en Flandes e Italia siguen predominando las armas aliadas hasta el extremo de que Luís XIV comienza a pensar en la paz. En 1710 los aliados volvieron a conquistar Madrid tras haber obtenido las victorias de Almenara y Zaragoza, pero fue forzoso evacuar nuevamente la capital y soportar una contraofensiva borbónica que obtuvo las victorias decisivas de Villaviciosa y Brihuega (1711). En el mismo año 1711 falleció el emperador José I hermano del archiduque y este fue llamado a Viena a heredarle, con lo cual, las potencias que le estaban ayudando, vieron reproducirse en él una acumulación de poder que era la misma situación que habían deseado evitar en la corona borbónica. Cundió así por doquier la disposición hacia la paz y esta se firmó en Utrecht en 1713. En este tratado se dispone la sucesión de Felipe V y sus descendientes en la corona de España y las Indias: el paso de Cerdeña, Nápoles, Milán y Flandes a los Habsburgo: Sicilia, al duque de Saboya y que Inglaterra se quedaría con Gibraltar. Menorca, con el derecho a introducir esclavos negros en América y a enviar allí el llamado «navío de permiso», concesión esta última que equivalía en la práctica a la legalización del contrabando. En el mismo año 1713, Felipe V implantó el régimen de sucesión exclusiva de varones en la corona (llamado «ley sálica»), pero introdujo la posibilidad de que la heredasen las hembras si no había varones en la línea directa o colateral, decisión que tropezó con alguna resistencia inútil.

     En 1713 no puede darse de hecho por terminada la guerra en el suelo peninsular, puesto que Barcelona y su comarca junto con algunos puntos de Cataluña, no se han sometido a Felipe V. La rigidez con que éste había abrogado los fueros de Valencia y Aragón y anunciaba disponerse a hacerla con los de Cataluña, empuja a la desesperación a los defensores de Barcelona, tanto más cuanto que el archiduque, ahora emperador Carlos VI, reitera sus ofrecimientos de auxilio y en las conferencias internacionales se estudia el «caso de los catalanes». Abandonados estos a su suerte, luchan heroicamente en la defensa de Barcelona, la cual es tomada en 1714 por el duque de Berwick como generalísimo de las tropas franco-castellanas. En el mismo año murió la reina María Luisa Gabriela de Saboya, durante cuya vida había ejercido gran influjo en la corte de Madrid como agente de Luís XIV la princesa de los Ursinos. El rey se casó con Isabel de Farnesio dentro de este año, la cual propició la privanza del abate Julio Alberoni, que llegó a cardenal y árbitro de la política española. Italiano como la reina, propúsose restaurar la presencia española en Italia, con objeto de instalar en ella a su hijo Carlos. Este empeño complicó al país en las guerras europeas de la época aparte de concitar contra ella la alarma de las grandes potencias que se unieron en la Cuádruple Alianza (1718), comprendiendo la propia Francia. Una serie de derrotas graves obligó a España a sumarse a dicha alianza, despedir a Alberoni y aplazar los designios de la reina, la cual no lograría ver entronizado a su hijo Carlos hasta el año 1731 en los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla, con derecho de sucesión en Toscana. En el año 1724, Felipe V que padecía serios desarreglos psíquicos, abdicó la corona en su hijo Luís, que reinó ocho meses y murió de viruelas. El rey se vio obligado a reasumir la corona, confiando el peso del despacho a un aventurero, el barón de Riperdá, que gestionó el tratado de Viena (1725), después de lo cual fue despedido. Siguieron a tal convenio los de El Pardo (1728) y Sevilla (1729), que tienen en común el propósito de consolidar la paz entre España y las potencias europeas y asegurar la soberanía del infante Carlos en sus nuevos dominios. En 1734, en el curso de la implicación de España en la guerra de Sucesión polaca por ser princesa de Polonia la esposa de Carlos III María Amalia de Sajonia, España guerrea contra el Imperio y en 1734 le arrebata Nápoles, donde comienza a reinar el príncipe Carlos, pero sus dominios de Parma y anexos fueron transmitidos al Imperio. Durante los últimos años de su vida, Felipe V vive en pleno extravío mental, aliviado en alguna medida por la apaciguadora actuación en la corte del cantante Farinelli, que se desenvolvió en ella durante este reinado y el siguiente con admirable prudencia. El legado del reinado del primer Borbón, que fue notablemente prolongado, combina las notas ásperas de su sangrienta represión contra sus enemigos en la guerra de Sucesión, especialmente en Cataluña y la rigidez despótica con que implantó un régimen derogatorio de los fueros (salvo en Navarra y País Vasco) y uniformista en los antiguos reinos españoles, con los juicios favorables que merece su celo por la eficacia de la administración, el desarrollo de la cultura y la enseñanza (creación de las Academias de la Lengua en 1713 y la Historia en 1736, de las primeras escuelas técnicas y colegios de medicina). Al derogar con el decreto de Nueva Planta de 1716 el régimen peculiar de administración catalana, estableció en el Principado un nuevo sistema de contribución según catastro, que demostró luego ser más racional y efectivo que el de Castilla y acabó actuando como precedente de la moderna tributación implantada en 1845.

     La sucesión de su hijo Fernando VI (1746 - 1759), introdujo pocas novedades en los rumbos de la política, salvo el aquietamiento de las tensiones internacionales que afectaban a España porque el rey proclamó la resuelta voluntad que le animaba de mantener neutral y en paz a su reino. Ejecutando estos propósitos, suscribió la paz de Aquisgrán (1748), donde aseguró la corona napolitana para su hermanastro Carlos y el ducado de Parma y anexos para su otro hermanastro Felipe. El acuerdo puso término a las recurrentes hostilidades entre el Imperio y España. Esta logró abstenerse de intervenir en la guerra de los Siete Años a pesar de las tentadoras ofertas de ambos bandos. Contó con la colaboración de dos grandes ministros: el marqués de la Ensenada, que cuidó de la hacienda y la marina y don José de Carvajal, que se ocupó de las relaciones internacionales, inclinados respectivamente hacia Francia e Inglaterra. Carvajal negoció el tratado de Aranjuez (1752), para la neutralización de Italia y el concordato de 1753 para resolver antiguas dificultades con la Santa Sede. Carvajal falleció en 1754 y fue sustituido por Ricardo Wall, también favorable a los ingleses. Ese mismo año Wall consiguió la caída en desgracia de Ensenada.

     También Fernando VI dio muestras de desorden mental en los últimos años de su vida, agravado tras el fallecimiento de su esposa Bárbara de Braganza que por haber muerto sin hijos, fue llamado para sucederle su hermanastro Carlos que estaba reinando en Nápoles y cuyo gobierno significaría el apogeo de la Ilustración en España.

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