La guerra civil de 1936-1939

por Pedro Voltes Bou


     La guerra civil de 1936-1939 despertó desde el primer instante una expectación mundial que no se ha extinguido todavía y ha generado una enorme bibliografía, de la cual se dice que supera en volumen la suscitada por la Segunda Guerra Mundial. Es relativamente justificado que haya sido así porque, además de decidir la suerte de España durante largos años, la guerra fue revestida por la opinión internacional de diversos significados contrapuestos, de modo que en muchos países pudo ser estimada corno tema propio, o por lo menos analógico a la problemática nacional correspondiente. Ha sido de notar desde el mismo 1936, que semejante asunto interesase poderosamente a los escritores, periodistas e historiadores extranjeros, los cuales han continuado hasta hoy elaborando el tema.

     Se ha postergado dentro de este esfuerzo de teorización del mismo, el considerable grado en que intervinieron en él factores fortuitos ocasionales y personalistas con cierto regusto al estilo castizo de guerrear de los españoles en todos los tiempos según hemos tenido sobrada ocasión de exponer.

     Este colorido azaroso del comienzo y curso de la guerra civil, no es contradictorio con la evidencia de que largo tiempo antes estaba en curso una amplia y potente conspiración contra la república, en la cual tomaron parte prácticamente todos los sectores sociales y políticos que se sentían perjudicados o marginados por dicho régimen, los cuales proporcionaron también auxilios dinerarios considerables, desde la familia real, hasta grupos aristocráticos españoles conectados familiar o económicamente con intereses extranjeros, sobre todo británicos como las grandes familias andaluzas, o Juan de La Cierva, o también personalidades perseguidas por la república como Juan March, a más de formaciones políticas como Renovación Española, Falange Española y los carlistas, que habían estado pregonando su repulsión a la república desde mucho tiempo atrás. Semejante distanciamiento respecto de la legalidad republicana se daba también en el bando izquierdista, donde abundaban los grupos impacientes por emprender una revolución total que subvirtiese el orden existente, ya amenazado en su imagen por las huelgas, atentados, tumultos e incidentes que estaban en auge. En resumen, media España reprochaba al régimen republicano haber actuado con demasiada dureza respecto de las estructuras anteriores y la otra media, la criticaba que había sido excesivamente blando con ellas. En cualquier caso, el ejemplo cercano de los sucesos de 1934, ofrecía a los deseoso de orden, el antecedente de cuán fácil había sido promover una subversión considerable y a los partidarios de conservar la paz pública, les brindaba el precedente de que no había sido demasiado arduo restablecer la quietud. Unos y otros podían ilusionarse pues, con la esperanza de que en una próxima confrontación, triunfarían en su propio juego sin demasiada dificultad indudable, en tal sentido, que ninguno los bandos creía el 18 de julio que la guerra que empezaba, iba a durar tres años y causar los desastres y consecuencias que generó.

     Es acertado adjetivar como militar, la sublevación contra la república, puesto que los mandos y buena parte de la oficialidad de numerosas plazas, se resistieron a sumarse a ella y en abundantes casos, la rebelión triunfó por efecto de la audacia y la suerte de oficiales inferiores que se impusieron a sus jefes y contaron con la colaboración de grupos de las indicadas agrupaciones políticas que suplieron la inexistencia o la inhibición de fuerzas armadas. El cuantioso número de generales, jefes y oficiales que en aquellas fechas, o en otras posteriores, perdieron la vida por haber sido leales a la república, impide globalizar la adhesión de los militares al alzamiento. El núcleo más compacto y enérgico de partidarios del mismo, estaba compuesto por el ejército de Africa, donde las maniobras efectuadas en el Llano Amarillo, coincidieron aproximadamente con el asesinato de José Calvo Sotelo el día 13 de julio en Madrid, lo que proporcionó a los conspiradores un factor de oportunidad que les decidiría a precipitar su pronunciamiento. El 19 de julio llegaba a Tetuán, para ponerse al frente de la rebelión en Africa el general Francisco Franco a bordo de un avión inglés proporcionado por los grupos antirrepublicanos que estaban actuando en dicho país.

     Mientras tanto, el general Emilio Mola había logrado en Navarra el alzamiento de millares de carlistas que integrarían el núcleo de un ejército del norte, que precisaba unirse con los rebeldes del sur y de África para tener viabilidad táctica. El general Queipo de Llano había logrado ganar Sevilla para la causa de los sublevados y Granada, Cádiz y Córdoba, se fueron agregando a ella. En el primer mes de guerra tras haber quedado desgraciadamente claro que para cualquiera de los dos bandos haría falta una larga campaña en orden a imponerse al contrario, se establecieron tres hechos que condicionarían el planteamiento e incluso el final de la misma; en primer término, el fracaso de los sublevados del norte en el empeño de tornar Madrid; el segundo, la muerte a manos de las tripulaciones de la mayoría de la oficialidad de la Armada en los buques que habían quedado en zona republicana, lo cual les privó de unidad de mando y criterio táctico para impedir el paso del estrecho de Gibraltar el 5 de agosto por un convoy de tropas sublevadas que desde Africa vino a reforzar a las del núcleo sevillano y en tercer término, el acceso al poder práctico en el bando gubernamental de formaciones revolucionarias que promovieron el armamento del pueblo, la formación de milicias populares y una serie de actuaciones en el sentido de «efectuar la revolución a la vez que la guerra».

     Tanto la inexistencia de un gobierno organizado en la zona rebelde que hubo que ir montando a medida que se ganaba territorio y no se completó hasta el día 1 de octubre de 1936 con la elección del general Franco para jefe del gobierno del estado, así como la postergación del gobierno republicano por las citadas formaciones populares en su propia zona, dieron abundante ocasión a represalias y represiones sanguinarias.

     Las primeras operaciones militares consistieron, por parte rebelde, en amalgamar las posiciones sueltas ganadas en Andalucía, avanzar por Extremadura a lo largo de la frontera portuguesa y enlazar con la zona rebelde del norte, al tiempo que se avanzaba hacia Madrid procurando atacarlo desde el sur. A finales de octubre, fueron alcanzados los suburbios de la capital y a primeros del mes siguiente, entraron en acción las brigadas de voluntarios internacionales para apoyar a los defensores. La intervención extranjera en la guerra había comenzado con el envío de aviones a Franco por Italia y Alemania, seguida de la compra de otros que Francia suministró al gobierno, operaciones que se efectuaron en julio. Más tarde llegaron tropas italianas y la Legión Cóndor alemana en apoyo de Franco. La tenaz y enérgica defensa de Madrid, paralizó a los atacantes en las mismas posiciones durante toda la guerra, salvo cruentas maniobras laterales que no alteraron la situación. Las columnas navarras tomaron Irún y San Sebastián en septiembre mientras desde Galicia y León era socorrido Oviedo sitiado por los republicanos. En Aragón, el avance de éstos quedó inmovilizado en las puertas de Huesca y cerca de Zaragoza. En otoño de 1936 estaba claro que la guerra habría de durar largo tiempo y por ambas partes se tomaron medidas de gobierno para constituir una administración sólida presidida por la preocupación de equipar a las fuerzas armadas a la vez que se creaban unos regímenes que plasmaban las ideologías imperantes. En la Cataluña republicana se emprendió el experimento de colectivizar las empresas de más de cien empleados o que tuviesen a sus propietarios en situación de ausencia o calificados como facciosos y la Generalidad, se propuso una «nueva economía» que comprendía un reajuste de la tributación, la socialización de diversas ramas industriales y la intervención gubernativa en las operaciones de crédito. El gobierno de la república salió de Madrid y se instaló en Valencia, de donde poco más tarde, pasaría a Barcelona. Su llegada a Cataluña redundó en marginar la efectividad de los poderes de la Generalitat y en reprimir la pluralidad de esfuerzos e iniciativas que reportaba la abundancia de partidos. En mayo de 1937 se plantearía cruentamente el reto entre el partido comunista y sus solidarios y otras agrupaciones de estilo trotskista y anarcosindicalista, que fueron eliminadas de la vida política y el día 18 del mismo mes, Juan Negrín sustituyó a Francisco Largo Caballero en la presidencia del gobierno.

     En marzo de 1937 las tropas italianas sufrieron un grave revés en Brihuega, acaso demasiado confiadas por el éxito que acababan de tener el mes anterior en la toma de Málaga. El 19 de julio los republicanos perdieron Bilbao, el 26 de agosto la capital Cántabra y el 19 de octubre Gijón, operación final de su presencia bélica en el norte de España.

     Mientras tanto, el ejército republicano se reorganizó considerablemente, superando por completo la fase miliciana inicial y volviendo a dar preeminencia a la oficialidad estructurada al estilo clásico. En la organización táctica se introdujeron novedades que más tarde se consolidarían en el arte bélico tales como la importancia otorgada a las brigadas mixtas, que poseían una cierta autonomía operativa por la pluralidad de sus componentes. Se montaron numerosas academias de preparación rápida de personal civil para desempeñar cometidos de oficial y para el pilotaje y la mecánica de aviones. Esta orientación no menoscabó la aureola de diversos jefes militares surgidos de las organizaciones revolucionarias que ganaron gran ascendiente sobre sus tropas y desarrollaron operaciones afortunadas. En el bando sublevado la escasez de oficialidad subalterna fue remediada con la preparación acelerada de alféreces provisionales. En ambas zonas actuaron en tales enseñanzas y en el asesoramiento de las operaciones, oficiales soviéticos o alemanes e italianos respectivamente.

     En el curso del año 1937, el mando republicano emprendió dos grandes ofensivas, una, en el sector centro, cuyo objetivo era Brunete y que se proponía romper la línea de asedio a Madrid (julio) y la otra, en el frente de Aragón, que tuvo por foco Belchite (agosto-septiembre). Ambas operaciones dieron lugar a sangrienta lucha, pero no alteraron el curso general de la guerra. A finales de año, se repitió la ofensiva en este último frente dirigida contra Teruel, que fue tomada por la república aunque unos dos meses más tarde hubo de ser evacuada.

     La reconquista de Teruel por el ejército de Franco fue continuada tácticamente por la operación destinada a alcanzar la costa mediterránea, cuyo éxito produjo la división en dos de la zona republicana y más tarde, el ataque contra Valencia. En marzo-abril de 1938 se emprendió la llamada «batalla de Aragón», en el curso de la cual las tropas de Franco atravesaron el Cinca y tomaron Lérida. Para contrarrestar esta ofensiva, el mando republicano elaboró el designio de atravesar el Ebro y aliviar la presión enemiga sobre Levante mediante una amplia ofensiva que comenzó el 24 de julio con el paso del citado río por la masa de tropas más importante que se había reunido en toda la guerra. En una zona muy limitada centrada por Cherta y Mequinenza, se enfrentaron unos cien mil hombres por cada lado, los cuales se disputaron el terreno palmo a palmo con copiosa aportación de material y grandes pérdidas humanas hasta noviembre de 1938, en que la acción republicana hubo de darse por extinguida y los supervivientes volvieron a cruzar el Ebro. En diciembre comenzó la ofensiva enemiga sobre Cataluña que, tras la toma de Barcelona el día 26 de enero, permitió a las tropas atacantes llegar a la frontera francesa el 10 de febrero. En este mismo mes, dimitió en París Manuel Azaña del cargo de presidente de la república. El centro de España, adicto aún a este régimen. se resistió tenazmente en diversos puntos y en el mes de marzo, en Madrid, el coronel Casado con la colaboración de Julián Besteiro, se propuso llegar a una capitulación pactada por la junta representativa que constituyó al margen de los comunistas. Pese a la oposición de éstos, Madrid se rindió y el 1 de abril de 1939, Franco pudo anunciar el final de la guerra.

© Copyright P.V.B. - 2023

http://www.chert.org