El apogeo de la Ilustración en el reinado de Carlos III

por Pedro Voltes Bou


     El rey de Nápoles Carlos III heredó la corona al morir su hermanastro Fernando VI y comenzó en 1759 su reinado en España que duraría hasta 1788 y constituye la culminación del programa político, cultural y económico de la Ilustración española ya que Carlos III se aparta de la política de pacífica neutralidad seguida por su hermanastro y se muestra propicio a las peticiones de apoyo que le dirige Francia que en aquella hora está en guerra con los ingleses. En 1761, España firma una alianza con Francia que es llamada «Pacto de Familia», por tomar como fundamento la relación familiar entre los reyes de los dos países. Este pacto trae como consecuencia la entrada de España en la guerra contra Inglaterra y Portugal. En su curso, se toma a los portugueses la colonia del Sacramento y se pierden Manila y La Habana. Al firmarse la paz (París 1763), España cede a los ingleses la Florida occidental a cambio de las dos capitales citadas y devuelve a Portugal la colonia del Sacramento, en trueque de la cual, recibe de Francia la Luisiana meridional. Durante este reinado hay también un conflicto con Inglaterra a propósito de las islas Malvinas donde ésta ha instalado algunos colonos que España y desea expulsar.

     La falta de apoyo francés impide que se logre esta empresa. Tampoco tienen éxito unas campañas emprendidas contra diversas plazas norteafricanas desde donde partían expediciones piráticas contra las costas y la navegación españolas.

     Después de estos episodios militares, en general adversos, sigue más de un decenio de quietud internacional en cuyo decurso el monarca pone en marcha su programa de desarrollo económico, administrativo y cultural, secundado por colaboradores tan brillantes como Grimaldi, Esquilache y más tarde Floridablanca y Campomanes. Se acomete el arreglo de la hacienda, la mejora de la producción agrícola e industrial, el fortalecimiento del ejército y la armada, se emprenden obras públicas y se instituyen centros de enseñanza y de estudio.

     Tal como otras figuras que habían de asesorarle en sus propósitos de progreso, el rey trae de Nápoles al marqués de Esquilache, el cual emprende una serie de reformas de signo europeizador, entre las cuales se cuenta curiosamente la fundación de la lotería, que no son bien vistas por la opinión castiza. En 1766 viene a sumarse a esta tensión una crisis de subsistencias y un invierno muy crudo. en medio de cuyas adversidades Esquilache lleva sus planes de reforma hasta modificar el atavío de 1os madrileños para hacerlo más semejante al de los países adelantados. El pueblo de Madrid se amotina el domingo de Ramos, que era 23 de marzo, quema la casa de Esquilache y se dirige al palacio real, apremiando al rey a que despida al ministro, cosa que así hace.

     Este tumulto se registró en parecidas fechas en muchas otras localidades españolas y está claro que en su desarrollo intervinieron influyentes poderes que aprovecharon una inquietud social que puede acaso conectarse con los adelantos de la economía industrial y de la sociedad burguesa. Se atribuye a los jesuitas haber instigado el motín de Esquilache, de lo cual no hay pruebas concluyentes, pero sí de que abundaban en la orden los pareceres adversos al absolutismo regio e inclinados a unas actitudes más respetuosas con los derechos innatos del individuo, ideas que habían inspirado sospecha y molestia al gobierno. En 1767, los jesuitas fueron expulsados de todos los dominios españoles en brevísimo plazo, tal como lo fueron de Francia y Portugal, pero Federico de Prusia y Catalina de Rusia, les abrieron en cambio sus países con efusiva hospitalidad.

     Un jurisconsulto distinguido coadyuva a esta expulsión de los jesuitas con su dictamen. Es José Moñino, que más tarde será nombrado embajador en Roma, para que gestione la disolución por el papa de la Compañía de Jesús, medida que es adoptada en 1773. y que a Moñino, le vale ser nombrado conde de Floridablanca. En 1776 fue designado para el cargo de secretario de Estado y se hizo cargo del gobierno práctico del país. A la gestión de Floridablanca corresponde una enorme variedad de iniciativas trascendentales, desde el acabamiento del Canal Imperial de Aragón. que había quedado solamente esbozado por Carlos I, hasta la creación de otros canales en Tauste, Tortosa y otras zonas de regadío; el fomento de la agricultura mediante la fundación de una escuela profesional en Aranjuez y el impulso de las relaciones comerciales, con países como Turquía, el norte de Africa y Rusia con 1os que no se sostenían tales tratos. En 1777, a virtud del «tratado de San Ildefonso» con Portugal, se fijaron nuevos límites de las posesiones respectivas en América y se recobró la colonia del Sacramento.

     Desde 1776 está en curso en Norteamérica la rebelión de las colonias inglesas contra el gobierno de Londres y Francia la apoya vivamente presionando a España para que se sume a esta acción en orden a hostilizar a Inglaterra. Inicialmente España se resiste a actuar por mera inducción de Versalles y considera también con recelo el efecto que tendrá sobre sus propias colonias americanas el apoyo dado a la rebelión de otras contra su soberano. Finalmente, España accede a ayudar a estos independentistas y suma sus fuerzas a las francesas para emprender una tentativa de desembarco borbónico en Inglaterra (1779), que no obtiene ningún resultado. Tampoco lo consigue un ataque por mar a Gibraltar pero por el contrario, fue afortunado el ataque francoespañol a Menorca, que es tomada a los ingleses (1782). En 1783 se firma la «paz de Versalles» con Inglaterra, en virtud de la cual España recobra Menorca y la Florida oriental, pero no Gibraltar. En el curso de esta guerra habían sido emitidos los llamados «vales reales», títulos de deuda pública como remedio de las escaseces del erario y Floridablanca, se mostró receptivo a las ideas del financiero Cabarrús sobre la conveniencia de construir un banco oficioso que cuidase de la gestión de dichos títulos. El establecimiento se fundó en 1782 con el nombre de Banco de San Carlos. y la familia real y las figuras de más viso, suscribieron acciones de él. Se daba así el primer paso hacia la creación de un banco gubernamental, aunque con posteriores avatares.

     En la segunda Enciclopedia francesa de 1783, se publica el artículo ofensivo para España por Masson de Morvilliers, que provoca viva repulsa en todos los sectores de la monarquía y es refutado también con gran calor en Berlín por el abate Denina bajo los auspicios del rey Federico II de Prusia. El hecho está próximo a la repulsión que inspiran en buena parte de España las doctrinas prerrevolucionarias que van imperando en Francia y que en España suenan más bien a sarcasmo en contra del pueblo sencillo y oprimido adicto en general a las instituciones religiosas, el cual tiende a considerar que el librepensamiento es un fenómeno inserto en la trama de la burguesía dominante. En cualquier caso, la reacción contra estas agresiones ideológicas procedentes de Francia constituye un factor de unión entre los españoles, que llegará a su extremo al cabo de un decenio. En 1787 Floridablanca ideó crear la «Junta de Estado», embrión del posterior Consejo de Ministros. Sus enemigos, exasperados por el poder que concentra en sus manos, maniobran contra él y dan lugar a que el gobernante sea destituido y reemplazado por su gran antagonista el conde de Aranda, ya en tiempos de Carlos IV (1792).

     En contra de una primera impresión superficial, los ilustrados no lograron llevar a término muchas de sus iniciativas y otras resultaron mutiladas y reducidas por efecto de la inercia que les opuso la sociedad española. Una de las áreas donde las reformas tuvieron mayor fruto fue la docente, con cierta transformación de las universidades, la instauración de enseñanzas nuevas, con base experimental y a la vez que era premiado el mérito cívico y profesional con distinciones nuevas, como la Orden de Carlos III fundada en 1771. Se introducen en España las doctrinas de los grandes economistas de la época y Jovellanos les emula con su análisis riguroso de la riqueza española y sus problemas. Campomanes y otros pensadores socioeconómicos propugnan la abolición de los gremios y de cualquier otro impedimento contra la libertad de trabajo.

     Mientras tanto, se ensalza el trabajo como virtud pública y se aspira a corregir la vagancia y la miseria de buena parte de la población, si bien con escaso éxito. En 1765 es aprobada la Sociedad de los Amigos del País, fundada en Vergara por el conde de Peñaflorida, la cual se propone estudiar y difundir toda clase de iniciativas culturales y económicas de interés colectivo. Diez años más tarde se crea la de Madrid y con extraordinaria rapidez, se difunden tales sociedades por las principales ciudades de todos los dominios españoles hasta Filipinas, promoviendo por doquier el estudio, la virtud y la laboriosidad. Sus ideales son congruentes con los de las Juntas de Comercio, de las cuales la barcelonesa funciona desde 1758 cuidando no sólo de la defensa del estamento mercantil, sino de dar enseñanzas profesionales, técnicas y artísticas. En Gijón, Jovellanos impulsa un instituto que se dedicará especialmente a estudiar la riqueza carbonífera en todos sus aspectos.

     Una de las iniciativas más características de la Ilustración española es su afán de corregir los defectos de la estructura demográfica y productiva. partiendo de la evidencia de que en el interior del país hay amplias zonas desoladas y atrasadas. El deseo de fomentar la agricultura es general en la época y aplicado a este tema concreto, redunda en que se piense poblar algunos de aquellos espacios deshabitados trayendo colonos del exterior. Surge así el designio de establecer unas colonias de alemanes y suizos en Sierra Morena junto con saboyanos y flamencos, los cuales se instalaron en unas «nuevas poblaciones» a partir de 1768 bajo la dirección de Pablo de Olavide, hidalgo intelectual muy característico de la mentalidad del tiempo. Tanto la persona de Olavide, tachada de demasiado liberal, como el desarrollo del experimento, atrajeron ásperas críticas. Por lo demás, la adversidad del clima. la dureza de las condiciones de vida y la desilusión de aquel ensueño arcádico, causaron el desmoronamiento de las colonias y el fracaso del proyecto.

     El desarrollo del mercado indiano, las mejores comunicaciones con el europeo y dentro de la propia España, junto con la subida de precios, notoria en los últimos lustros del siglo XVIII, favorecen el progreso de la industrialización entendiendo por ésta el paso a una producción en cantidad, esencialmente desentendida de cortapisas gremiales y de escrúpulos por la calidad y efectuada principalmente en grandes talleres por operarios masificados carentes de motivación en las tareas rutinarias que efectúan. Una copiosa inmigración en las ciudades, proporciona a las industrias mano de obra abundante, barata y sumisa, aunque esta última faceta entre en crisis a medida que se agravan los abusos de la burguesía y las penurias de la situación obrera. La industria prospera con la ayuda técnica de operarios y expertos extranjeros contratados por empresarios españoles y a veces por la Corona o así como gracias a la copia y adaptación de artificios foráneos. Se fundan fábricas estatales de diverso éxito y se desarrolla vivamente una industria algodonera catalana que envía al extranjero y especialmente a Indias buena parte de su producción (indianas). y en el norte de España adelantan la siderurgia cántabra, aprovechando cierta recesión pasajera en la vasca. y la minería del carbón asturiano. En estos dos últimos sectores se experimenta pronto cierto ahogo porque el país no consume tanto como exigirían aquellos para crecer. El atraso de la agricultura, que no puede comprar los aperos y máquinas de hierro que serían menester y lo insuficiente de los encargos de la industria textil, frenan las perspectivas de crecimiento de la siderurgia.

     La cultura del siglo XVIII tiene un acento revisionista y ordenador que en múltiples parcelas de la cultura nacional (academias, museos, archivos, enseñanzas técnicas), presta servicios utilísimos aun cuando en otras condene a la realidad del país a someterse a criterios pedantes, como cuando desdeña el teatro y la pintura del siglo de oro y prefiere las composiciones académicas de inspiración francesa. La arquitectura de la época, inspirada por los cánones neoclásicos, es muy fecunda por efecto del impulso constructor del estado. Se edifica el nuevo palacio real, los de los sitios de Aranjuez y La Granja, la puerta de Alcalá y diversas iglesias de Madrid, el Museo del Prado, etc. En Barcelona, el urbanismo militar crea el barrio de la Barceloneta, de planta geométrica y en esta misma y otras plazas de España y sus posesiones, se erigen extensas fortificaciones que luego condicionan el desarrollo de las poblaciones respectivas por lo común con resultado beneficioso. Dentro de los propósitos ordenados y uniformistas característicos de la época, tiene especial importancia la división del territorio español decretada en 1789 y que se conoce por el nombre de «División Floridablanca», puesto que corresponde a iniciativa de dicho ministro motivada por el deseo de mejorar la eficacia de la acción del gobierno central. El resultado de esta división fue muy heterogéneo y contradictorio, puesto que se dio el nombre de provincias a antiguos reinos de la monarquía como Valencia, Aragón o Galicia, mientras se creaban con el mismo nombre demarcaciones pequeñas y de menor entidad, como las Encartaciones o Toro. La división no tocó los límites ni status de Navarra y el señorío de Vizcaya y las provincias de . Alava y Guipúzcoa. Se introduce en este esquema el partido como entidad intermediaria entre la provincia y el municipio y abundan las comarcas situadas dentro de una provincia que se adscriben a otra o se consideran «exentas». El conjunto no pudo ayudar gran cosa a la tarea administrativa, ni servir de precedente valioso para la división provincial posterior.

     A la muerte de Carlos III, hereda el trono hijo Carlos IV (1788-1808). La primera medida importante de su reinado se adopta en ocasión de reunirse las cortes para el reconocimiento y jura del infante Fernando, su heredero (1789); se trata del asentimiento regio a la petición de las cortes de que se derogue la ley sálica instaurada por Felipe V y se expida un «auto acordado» donde conste tal anulación por ser una medida contraria a la tradición española que había admitido siempre la sucesión femenina. El rey accede a la medida, pero la decisión no llega a publicarse y la cuestión quedará dudosa cuando, en ocasión de la sucesión de Fernando VII, surja la discordia sobre el régimen hereditario de la corona.

     El reinado entero de Carlos IV está enmarcado por los problemas suscitados por la revolución francesa y su continuación napoleónica. Tal como los demás monarcas de Europa, el español siente viva preocupación por los sucesos de Francia, sobre todo a medida que va refutando la autoridad de Luís XVI, que comenzará a ser en la práctica un prisionero de los revolucionarios. Con el relevo de Floridablanca por el conde de Aranda, que ha sido embajador en París, se esboza cierta actitud española de convivencia con la revolución, favorecida porque no escasean los grupos de intelectuales avanzados y de aristócratas españoles que no ocultan su simpatía, cuando menos, como exhibición elegante por las novedades ideológicas francesas. Esta fase de prudente contemporización, queda cerrada bruscamente por el nombramiento de secretario de Estado a favor de Manuel Godoy en 1792, antiguo guardia de corps que desde hacía varios años tenía escandalosa intimidad con la reina María Luisa esposa de Carlos IV y había sido ya nombrado anteriormente teniente general. En el año siguiente de 1793, fueron guillotinados en París los reyes Luís XVI y María Antonieta, acto que produce una vasta coalición contra la Francia revolucionaria en la que entra España. La unanimidad del país en la guerra subsiguiente, es uno de los fenómenos que auguran y preparan la creciente homogeneización que se irá registrando en el curso del siglo siguiente.

     En la contienda contra Francia confluyen antiguos factores nacionales con sentimientos de tipo religioso y monárquico y aun de rústico y fanático repudio populista contra el librepensamiento. De este modo, en territorios afectados por la guerra como son el catalán y el vasconavarro, se manifiesta viva solidaridad popular en ayudar a las tropas con voluntarios y donativos. La campaña tiene un comienzo favorable y las armas españolas, dirigidas por el general Ricardós, avanzan por el Rosellón, pero la debilidad militar de España impide mantener una contienda larga y las demás potencias coaligadas, vacilan en su esfuerzo. Parece más aconsejable procurar la paz y ésta se firma en Basilea en 1795, con devolución de conquistas y cesión por España de la parte española de la isla de Santo Domingo. Godoy no tuvo inconveniente en añadir a esta paz poco airosa y por cuya gestión recibió el título de «príncipe de la Paz», una alianza con los franceses que resultó aún más perjudicial y se concertó en San Ildefonso en 1796, estipulando una liga ofensiva y defensiva entre ambas naciones. Consecuencia inmediata de esta alianza es la declaración española de guerra a Inglaterra, la cual empieza a asestar una serie de duros golpes en el mar contra España, tales como la derrota del cabo San Vicente (1797), el ataque de Nelson a Tenerife, que fue rechazado y donde él pierde un brazo y el bombardeo de Cádiz. En 1798 Godoy cayó pasajeramente en desgracia tras haber contraído matrimonio con la duquesa de Chinchón, hija natural del hermano del rey infante Luís, lo que no le retrajo de tener amores y casarse en secreto con Pepita Tudó. Probablemente fueron estas incidencias, antes que el desacierto en sus designios políticos, las que motivaron su caída. La bibliografía reciente tiende a considerar a Godoy como continuador de las directrices de los ilustrados, siguiendo las cuales desarrolló una labor promotora de la cultura. la sanidad y la economía nada desdeñable. Desde la primera hora, Godoy cuenta con la animosidad radical del príncipe Fernando, heredero de la corona, en torno al cual se aglutina un partido contrario al favorito, sin vacilar en excitar contra él al pueblo bajo y en contrarrestar el estilo ilustrado de su gobierno acudiendo a los resortes del casticismo tradicional.

     La alianza española con Francia conduce a que España tenga que emprender una guerra contra Portugal, exigida por el tratado de Madrid de 1801 con los franceses, que revalida la liga anterior. En esta coyuntura, Godoy retorna al poder y asume el mando supremo de las tropas, desarrollando una ridícula campaña de un par de meses denominada «la guerra de las Naranjas», porque no da otro resultado que un ramo de ellas que Godoy envía a la reina. El tratado de Badajoz de 1801 pone término a las hostilidades y en 1802, por la paz de Amiens, España recobra Menorca y la plaza de Olivenza. En el año siguiente, España compra el derecho a mantenerse neutral abonando a Francia un subsidio de seis millones de libras. Aun así, Inglaterra ataca a la navegación española y en 1805 se prepara una armada francoespañola para hacerle frente, la cual choca con la flota inglesa de Nelson en Trafalgar con resultado adverso. En 1807 Godoy concierta con Napoleón un tratado para repartirse Portugal, donde se creará para el primero el principado de los Algarves. Se pacta que para la realización de este designio, España dará paso franco a las tropas francesas.

     El 17 de marzo de l808 estalla en Aranjuez en donde se encuentra la familia real, un motín popular, excitado por agentes del príncipe Fernando. Las masas fuerzan a abdicar a Carlos IV en su hijo, hacen prisionero a Godoy, que es encarcelado para salvarle de su furor y proclaman rey a Fernando VII. Mientras tanto, las tropas francesas han tomado posiciones en múltiples lugares de España y especialmente en Madrid del que son dueñas absolutas. Tanto Godoy como Carlos IV y el resto de la familia real, son cautivos de los franceses, quienes les trasladan a Bayona hasta que Fernando VII entra triunfalmente en Madrid el 24 de marzo. Al conocer que su padre se retracta de su abdicación y quiere someter el problema español a Napoleón, Fernando acude también a Bayona donde llega el 20 de abril.

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