La guerra de la Independencia

por Pedro Voltes Bou


     La guerra que emprende España contra Napoleón para defender su independencia comprende también dos procesos que se entretejen con aquella; se trata por una parte de las diferentes tentativas que se emprenden para dar al país una nueva fisonomía política tras el evidente deterioro de la monarquía de la Ilustración, intentos en los cuales adquiere protagonismo la clase media baja junto con el pueblo, porque el descrédito del sistema anterior ha perjudicado a las élites hasta entonces gobernantes y por otro lado, salen a la luz también tensiones sociales causadas por el régimen económico implantado por la burguesía industrial del cual son correlativas la inflación, la aglomeración proletaria en las ciudades y las malas condiciones de vida que padece en ellas la clase obrera. El hecho de que extrapolando actitudes anteriores, una considerable parte de las clases dominantes dentro del antiguo régimen se muestre dispuesta a colaborar con los franceses y mantenga durante la ocupación napoleónica una fachada de legalidad y normalidad gubernativa, redunda en que en el bando de la independencia se experimente cierta carencia de cuadros de mando y a la vez, un impulso más o menos anarquizante a sublevarse contra el aparente gobierno.

     El primer episodio de la guerra de la Independencia, la conocida revuelta del 2 de mayo en Madrid, contiene precisamente este doble aspecto de enfrentamiento con las tropas francesas y rechazo de las autoridades españolas que tratan de mantener el orden extremo de la capital. Es también de notar que las figuras militares que se distinguieron heroicamente en aquellos hechos son, como los capitanes Daoiz y Velarde y el teniente Ruiz, de rango relativamente modesto, puesto que los superiores transigen claramente con la ocupación francesa fingidamente amistosa y con el gobierno español del momento. La significación del 2 de mayo consiste simplemente en la ruptura simbólica de la falsa normalidad existente y en difundir por España entera el ejemplo de la rebelión armada contra ella. Por lo demás, la revuelta es sangrientamente reprimida y en Madrid y en las ciudades importantes del país, continúa sin dificultades el mando de las autoridades afrancesadas, salvo casos concretos como los de Zaragoza y Gerona y los independentistas, han de lanzarse al campo para batir a los invasores mediante la táctica de guerrillas, que permite al pueblo llano un protagonismo militar que sentará precedente en el futuro.

     Mientras cunde por España la noticia del levantamiento del pueblo de Madrid en el 2 de mayo, Carlos IV y su familia están en Bayona, prácticamente prisioneros de Napoleón, con el cual se entrevistan creando algunas de las escenas más bochornosas de la historia española. En el curso de penosos enfrentamientos entre Fernando VII y su padre, el primero abdica de la corona en éste y Carlos IV la transfiere a su vez a Napoleón para que la adjudique a un miembro de su familia. Después de una formularia consulta efectuada en Madrid por el mariscal Murat al Consejo de Castilla, el emperador nombró para rey de España a su hermano José. Fernando VII convino en esta designación y se resignó a quedar cautivo en Valençay en una finca de Talleyrand. En episodios posteriores, felicitaría a Napoleón por sus victorias en general y le pediría como merced la mano de una princesa de su familia. Mientras tanto, el 19 de julio de 1808, el general español Castaños batió a las tropas napoleónicas en Bailén. El desconcierto causado en la corte de José I por esta derrota y los progresos de la resistencia española aconsejan al rey intruso alejarse de Madrid y en el bando español, desprovisto de autoridades, se constituye la Junta Central bajo la presidencia de Floridablanca, la cual cuida de tener juntas delegadas en los diversos reinos españoles y ponerse en contacto con los ingleses para obtener ayuda. La crisis de la presencia francesa en España obliga al propio Napoleón a venir a ella; gana diversos combates a los españoles, repone a su hermano en el trono de Madrid y aspira a establecer su pacífico gobierno en España. En 1808 empieza. sin embargo el asedio de Zaragoza, que será seguido del de Gerona. Ambos ocupan y desgastan durante largo tiempo copiosas fuerzas francesas y dan ánimo a quienes las resisten en el campo en el curso de la lucha feroz que dará tema a Goya para plasmar en sus grabados «los desastres de la guerra».

     En el curso de 1809 se registran primero las notas aciagas de la entrada de los franceses en las dos plazas indicadas, la victoriosa campaña de su mariscal Soult en Galicia, donde vence a unas tropas inglesas y los triunfos franceses de Medellín y Valls sobre los generales Cuesta y Reding respectivamente. Más tarde comienza a hacerse patente la eficacia de los ejércitos ingleses mandados por Wellington, que. junto con los españoles de Cuesta, vencen a los franceses en Talavera y comienzan a hostilizarles tenazmente desde Portugal. En el año 1810 los invasores ocupan Andalucía entera exceptuando Cádiz, donde se refugia la Junta Central y se reunirán luego las cortes después de que la Junta entregue sus poderes a un consejo de regencia. Es año de intensa actividad de los guerrilleros, entre los cuales descuellan Mina, López, El Empecinado, Palarea, Baños y otros. Los franceses invaden Portugal con el fin de eliminar la amenaza británica pero sin éxito. Los ejércitos angloespañoles ganaron en este año las batallas de Chiclana y Albuera. Dentro del mismo 1810 comienzan las sesiones de las cortes en Cádiz mientras dura el asedio francés. Los diputados que acuden a Cádiz como pueden, cada uno a su modo, cuentan sólo con una representación moral de su tierra, puesto que no se ha celebrado elección alguna para calificarles.

     El parlamento constituido reúne a figuras de alto prestigio y de amplia significación territorial, puesto que aparecen en Cádiz incluso diputados de las colonias ultramarinas. En las cortes se forma un partido liberal, defensor de amplias reformas en la monarquía y otro realista partidario de las tradiciones. Con predominio de la primera opinión, se elabora la constitución que se promulga el 19 de marzo de 1812. Carlos Marx dice de las cortes de Cádiz: «Representaban una España ideal mientras la España viva se hallaba ya conquistada o seguía combatiendo. Durante la época de las cortes, España estaba dividida en dos partes: en la isla de León, ideas sin acciones; en el resto de España, acciones sin ideas.» En el parlamento se habían reunido 97 eclesiásticos, 8 títulos del reino, 37 militares, 16 catedráticos, 60 abogados, 55 funcionarios, 15 propietarios, 9 marinos, 5 comerciantes, 4 escritores y 2 médicos; en total. 308 diputados. En el conjunto de la constitución, cuyas disposiciones territoriales serán examinaremos más adelante, interesan especialmente los títulos Ill, IV y VII.

     El título III define a las propias cortes y atribuye a los diputados la representación de la nación. Para ser diputado se requiere ser ciudadano, mayor de veinticinco años, natural o residente en la provincia correspondiente y poseer una renta anual adecuada. Este último requisito, que se repite expresa o tácitamente en la práctica electoral ulterior, da idea bastante clara del carácter esencialmente burgués de aquel liberalismo, tendencia esta que le mantendría muchos años apartado de las masas trabajadoras, las cuales le corresponderían con la misma indiferencia. La constitución señala también que es cometido de las cortes fijar los ingresos y gastos del estado, examinar las cuentas públicas, administrar el erario y el patrimonio nacionales, establecer los aranceles y las monedas, así como fomentar la industria.

     En el título IV se prohíbe al rey enajenar por sí parte alguna del territorio nacional e imponer tributos.

     Y en el VII, se establece el principio de unidad de caja pública y de imperio del presupuesto que se formará anualmente. Las cargas públicas. según se preceptúa, serán distribuidas entre todos los españoles sin distinción. Se acuerda asimismo en las cortes la abolición de la Inquisición, la supresión de señoríos y de mayorazgos menores, la desamortización de los bienes de comunidades religiosas extinguidas, la parcelación y reparto de la mitad de las grandes propiedades entre los vecinos pobres y los excombatientes y otras providencias que, en mayor o menor medida habían sido contempladas también en una constitución que se elaboró en Bayona en 1808 por inspiración napoleónica.

     Las disposiciones de las cortes gaditanas sonaron ante buena parte de la opinión a utópicas y se les reprochó también su acento europeizante que parecía afrancesado en aquella hora de entusiasmo patriótico.

     En el mismo año 1812 comienza a palidecer la estrella de Napoleón absorbido por la campaña de Rusia. Wellington conquista Ciudad Rodrigo y Badajoz y derrota a los franceses en la batalla de Los Arapiles, que trae como consecuencia la evacuación de Castilla por los invasores y la necesidad de que José I vuelva a salir de Madrid. En el año siguiente, los angloespañoles ganan la batalla de Vitoria, completada por la de San Marcial y los franceses se ven obligados a cruzar los Pirineos perseguidos por Wellington. En este momento, Fernando VII comete el grave error de firmar una paz separada con Napoleón: a cambio de ganar acaso unos meses en su regreso a España, con lo que el rey defrauda a sus aliados, separándose de la causa común e inhibiéndose de la guerra que seguirá durante un tiempo.

     La paz se firmó en Valençay en 1813 y fue repudiada por el consejo de regencia actuante en España, que rehusó reconocer el arreglo entre el rey y Napoleón, además de negarse a acatar a Fernando VII hasta que hubiera jurado la constitución. La precipitación de éste en terminar la guerra con los franceses, debilitaría enormemente la posición española en el congreso de Viena de 1815, donde se reunieron las potencias vencedoras de Napoleón y en el cual, curiosamente la Francia derrotada salió más favorecida que España, que podía haber sido estimada vencedora y apenas fue reconocida como participante en el elenco de los aliados.

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