El Universo desde La Tierra

por Julián Segarra Esbrí

   La observación del firmamento a simple vista nos permite tomar conciencia de nuestra insignificante presencia del mundo llamado La Tierra en un pequeñísimo rinconcito del inconmensurable universo. Hubo un tiempo en que las mentes pensantes imaginaron y se convencieron que todo giraba a nuestro alrededor hasta que otras personas inquietas con tesón, observación y evidencias, se dieron cuenta de las incongruencias con este principio, aunque desde el mundo antiguo se intentó interpretar la visión de manera mitológica, con familias de dioses que habitaban en el cielo y con explicaciones sobre la naturaleza del propio globo terráqueo, de sus orígenes y leyendas acompañadas de observaciones relativas a los desplazamientos del Sol, La Luna, los planetas y las estrellas por la bóveda celeste.

   Los observadores de los pueblos de la antigüedad, se dieron cuenta de la sucesión de las estaciones y su coincidencia con los cambios de la posición del Sol en el firmamento, les indujo a crear calendarios con los qué predecir la llegada de dichas estaciones y con el tiempo, los fueron perfeccionando con la experiencia de su observación hasta la aparición del calendario babilónico de 354 días que fue sustituido por el egipcio de 365 y luego por el romano de 365 y cuarto.

   Las antiguas civilizaciones idearon instrumentos sencillos como el astrolabio para determinar la posición de las estrellas y planetas. También algunos monumentos como el de Stonehenge en Inglaterra, fueron tal vez observatorios desde los que antiguamente se realizaban precisas observaciones del cielo y permitían confeccionar calendarios aceptables para predecir los eclipses de Sol y de Luna.

   El primer astrónomo del que se conservan amplias referencias fue Tales de Mileto, que vivió en Grecia 500 años antes de J.C. y predijo el eclipse de Sol acaecido en el año 585 a. de J.C., ampliando así los conocimientos de los astrónomos egipcios y babilonios que sólo sabían predecir los eclipses de Luna. Su alumno Anaximandro descubrió la curvatura de la superficie terrestre, Pitágoras enseñaba que La Tierra es una esfera y que El Sol, La Luna y los planetas, se mueven en distintas órbitas. Aristarco sostenía que La Tierra y otros planetas giran alrededor del Sol y Eratóstenes de Cirene calculó el radio, el perímetro y la superficie del globo terráqueo.

   A la vez, existieron otros astrónomos griegos que frenaron estos progresos como Aristóteles que siguiendo a su maestro Platón, afirmaba que La Tierra ocupa el centro del universo y que los restantes astros giran a su alrededor describiendo círculos. Por su lado, Hiparco de Nicea realizó precisas observaciones de las estrellas y los planetas, descubriendo en el desplazamiento de éstos sobre el cielo estrellado, que no describen círculos perfectos alrededor de La Tierra, pero en lugar de adoptar el criterio de Aristarco de Samos, prefirió compartir las ideas de Platón y Aristóteles afirmando que los planetas se mueven en Epiciclos.

   Los conocimientos adquiridos por los griegos no desaparecieron, sino que fueron conservados por los árabes basándose principalmente en el Almagesto, un tratado de astronomía griega escrito en el siglo II por Claudio Ptolomeo en Alejandría (Egipto), quien había adoptado el sistema de los epiciclos para explicar la naturaleza del universo en un tratado que contiene el catálogo estelar más completo de la antigüedad ampliamente utilizado por los árabes y luego por los europeos hasta la alta Edad Media por el que se describen el sistema geocéntrico y el movimiento aparente de las estrellas y los planetas. No obstante, los árabes no intentaron ampliar el acervo de conocimientos astronómicos que heredaron, con lo que el progreso de la astronomía quedó interrumpido hasta su reintroducción en Europa a través de España.

   El Renacimiento impulsó un nuevo auge del saber experimentado a finales de la Edad Media, llevando consigo un espléndido florecimiento de las artes y las ciencias; si bien para la astronomía este nuevo despertar fue difícil y penoso, las teorías de Platón y Aristóteles estaban tan arraigadas que apenas había nadie dispuesto a admitir otras distintas, hasta que el astrónomo polaco Nicolás Copérnico descubrió que los desplazamientos de los planetas podían ser explicados suponiendo que La Tierra girase alrededor del Sol junto con los demás, pero nunca se atrevería a publicar sus impresiones por temor al ridículo y al no poder demostrar de modo fehaciente que estaba en lo cierto, aunque finalmente su libro se publicó a su muerte en 1546, lo que supuso una auténtica revolución.

   Nicolás Copérnico introdujo el concepto de infinitud en la astronomía y desterró implícitamente la imagen de dios del firmamento, lo cual era considerado es su época, como una herejía.

   En siglo XVI durante el período anterior a la invención del telescopio, el danés Tycho Brahe era considerado el más grande astrónomo observador del cielo y se aferró al concepto geocéntrico del universo, si bien los planetas giraban alrededor del Sol, éste lo hacía entorno a La Tierra y por absurda que pueda parecer hoy esta teoría, en aquellos tiempos no pudo ser refutada y los Cismas religiosos del momento, reforzaron la actitud favorable de la Iglesia Católica hacia el concepto geocéntrico, pero no fue hasta 1633, cuando Galileo di Vincenzo Bonaiuti de Galilei, aunque lo tenía prohibido por el decreto de 1616, presenta dos nuevas pruebas de carácter experimental y observacional a favor de la teoría copernicana, lo que le valió persecución por divulgar la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico y partiendo de las observaciones de Tycho Brahe, Johannes Kepler pudo demostrar que es posible explicar con exactitud todos los movimientos de los planetas suponiendo que éstos se desplazan alrededor del Sol describiendo elipses en lugar de órbitas circulares.

   Toda la labor teórica iniciada tanto tiempo atrás en la antigua Grecia, alcanza su feliz culminación cuando Isaac Newton descubrió que la gravedad es la propiedad que mantiene a los planetas y satélites en sus órbitas. Esta teoría se publicó por primera vez en 1687 y el interés por la astronomía se desvió al campo de la observación en pos de los descubrimientos iniciales de Galileo con ayuda del recién inventado telescopio.

   En 1728 el astrónomo inglés James Bradley, nombrado posteriormente Astrónomo Real de la corona inglesa en 1742, consiguió la prueba definitiva de que la Tierra se mueve, al observar la Aberración de la Luz Estelar y en 1781 sir William Herschel descubrió un nuevo planeta al que llamó "Planeta Jorge", nombre que siguió llamándose así hasta bien entrado el siglo XIX a pesar de la oposición del astrónomo Johann Elert Bode que insistía en que Herschel debía continuar con la tradición mitológica. Si los nombres de los planetas contiguos eran Marte, Júpiter y Saturno, el recién llegado debía bautizarse Urano y cuyo movimiento denunciaba la posible presencia de otro planeta que condujo al descubrimiento de Neptuno en 1846 y al de Plutón en 1930.

   John Flamsteed, (1646-1719) fue el primer astrónomo real nombrado director del Real Observatorio de Greenwich en Inglaterra a su fundación en 1676. Su labor consistía en preparar tablas con las posiciones de las estrellas y los movimientos de La Luna para ayuda de la navegación. Su catálogo contiene casi 3.000 estrellas y fue publicado por su ayudante después de su muerte.

   Con la ayuda de potentes telescopios, los astrónomos pudieron buscar el espacio celestial más a fondo y más allá del sistema solar descubriendo estrellas de muy diversas clases y hasta unas extrañas nubes resplandecientes que denominaron nebulosas.

   Charles Messier y Johan Dreyer confeccionaron conocidos catálogos de estos cuerpos celestes, a los que asignaron números de identificación que todavía se utilizan, Por su parte, Sir William Herschel hizo un completo estudio de la bóveda celeste en el hemisferio boreal y su hijo Sir John Herschel, otro del hemisferio austral, abarcando entre ambos la totalidad de la bóveda celeste.

   El firmamento no empezó a revelarse realmente a las personas hasta comienzos del siglo XIX y utilizando mayores y mejores telescopios, William Herschel observó movimientos apenas perceptibles de las estrellas, llegando a la conclusión en 1805 que el sistema solar se desplaza a su vez hacia la constelación de Hércules. Así mismo, observó las nebulosas descubiertas por Charles Messier, advirtiendo que, si bien algunas eran en realidad nubes de gas resplandeciente, otras estaban formadas por lejanas aglomeraciones de estrellas. Por último, al estudiar la Vía Láctea, comprobó que El Sol no es más que una estrella entre otros muchos millones que forman una nebulosa en forma de piedra de afilar. Cuando miramos la Vía Láctea estamos contemplando ese grupo de estrellas que ahora denominamos galaxia e intuyó que algunas nebulosas, podían ser galaxias parecidas a la nuestra. Su hijo descubrió que las Nubes de Magallanes están formadas por densos grupos de estrellas y ahora sabemos que son galaxias como la nuestra.

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